"Cruzamos el monte por los hongos", en El Espinal así se sobrevive

La tierra sólo les regala dos meses de humedad para poder cosechar

Filiberto Ramos

  · viernes 26 de julio de 2019

Foto: Luis Camacho


Bajo el frío de la mañana, Celia y sus gemelos comienzan a caminar las faldas del cerro El Varal. Su cosecha es caprichosa y se esconde entre el coshal. Este viernes hubo más humedad y los hongos brotan con la llovizna.

"Hoy se atrasó mucho", dice Celia, "algunos hongos no han salido", agrega.

A pie de la carretera VillaVictoria- El Oro, los habitantes de El Espinal hacen hileras para ganar los clientes que pasan. Allí está Celia todas las mañanas junto con sus gemelos y su otro pequeño.

Foto: Luis Camacho


"Ellos son gemelos" explica Celia, "pero los tres se llaman Carlos", reitera.

Está sentada sobre la hierba húmeda limpiando con un cuchillo los hongos. Se pone debajo un rebozo para impermeabilizar la humedad, pero en realidad, sirve de poco.

Descansan un momento después de caminar toda la mañana las faldas del monte.

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¿Cuánto caminan?, Se le pregunta. "Uy mucho", responde Celia. "Comenzamos del Espinal y salimos por El Varal", sostiene la campesina.

Los tres Carlos van preparados: visten sudaderas con gorro y unas botas de hule. Cargan una vara lisa con la que pican la tierra para sacar los hongos.

Foto: Luis Camacho

Celia palea el frío del monte igual, con abrigo con gorro y unos zapatos cerrados. Aunque en sus manos y la de sus hijos se observa lo duro de la jornada. El frío revienta la piel y las uñas las lucen negras por la tierra.

La familia Almazán Martínez cosecha hongos entre julio y agosto, al igual que otras en El Espinal. La cosecha de este tipo de alimento silvestre, es su sustento al menos una parte del año. El resto de meses deben palearla pobreza con la siembra de maíz y venta de leña.

“Aquí hay varias familias que cortan el hongo, y lo que no se vende uno se lo come”, ríe el grupo familiar debajo de una niebla que se comienza a dejar caer desde el monte.

Carlos Manuel, es el mayor, tiene 13 años, y es quien sabe identificar todos los tipos de hongos que crecen entre el coshal.

¿Todos los hongos se comen?, “No, los locos son venenosos”, advierte Carlitos de repente. Se levanta del suelo y corre hasta el pie de un árbol para arrancar un hongo rojizo. “Hay que saber, porque si no te comes unos locos”, dice.

Celia relata la anécdota de una mujer que comió “hongos locos”, parecido a la especie llamada tecomote, y que es la más sabrosa, pero tiene un gemelo venenoso.

“Me platica mi mamá que una señora se comió unos locos y se murió a los pocos días”, describe en su historia, bajo la atención que sueltan en sus miradas los tres Carlitos.

Foto: Luis Camacho.

La región de Villa Victoria y otros municipios húmedos del país, son el hábitat idóneo para el crecimiento de los hongos. En estas regiones de México, los niños aprenden el oficio de la cosecha honguera y se hacen especialistas de su crecimiento y corte.

¿Y cómo le hacen para hallarlos?

“Con estas varas, mire”, se adelantan a responder los niños. Su herramienta básica es una vara que afilan y pelan para ir escarbando la tierra.

Celia enlista al menos ocho especies: tecomates, clavos, duraznos, patilla de pájaro, orejas, catarinas, ocotzoleros y pollitas. A cada uno le han dado nombre por su forma.

En la cocina de Celia, los hongos oreja se cocinan en quesadillas y los tecomates se fríen con un poco de carne. La campesina es una chef especializada que da gusto al antojo de sus hijos cada temporada de lluvias.

¿Todo el día les lleva la cosecha?, “no, luego caen unos aguaceros y mejor nos vamos”, comenta la familia Almazán.

“¡Hay vienen más coches!”, alerta la tía de los Carlitos. El grupo toma sus cubetas y bolsas y saltan al camino mostrando sus hongos. No hay suerte. Pero no desisten, porque saben que la tierra sólo es frondosa una vez por año.

La cosecha seguirá hasta el último día de agosto, cuando las lluvias se vayan. “Hora se a trazaron, pero ya crecerán más”, repite Celia.