Cuando Stephany Zarza recibe la llamada de que llegará un cuerpo, se prepara. Toma sus herramientas, limpia la plancha aunque ya esté reluciente, prepara el maquillaje y se alista mentalmente para recibir a quien debe ser despedido.
Para la joven embalsamadora, cada difunto es único y requiere atención particular. Los recibe como si fueran parte de su familia, les habla, les explica que los va a preparar para que quienes los amaron en vida puedan dejarlos ir, y comienza. Si el cuerpo proviene del Servicio Médico Forense, suele llegar sin ropa, tras haber pasado una autopsia; entonces, ella lo baña con cuidado para eliminar los fluidos que emanan del proceso natural de descomposición.
Un líquido sanguinolento corre mientras el agua aclara. Es el momento de trabajar en el interior del cuerpo.
El proceso de embalsamamiento consiste en aplicar sustancias químicas que detienen temporalmente la descomposición, lo que permite que el cuerpo sea velado en un funeral y a familiares y amigos la oportunidad de verlo por última vez.
Fanny aplica el conocimiento heredado por su familia, dedicada por generaciones a esta labor, complementado por cursos de especialización.
Si el cuerpo ha pasado por una autopsia, vuelve a abrirlo y permite que los gases se liberen para frenar la descomposición. El olor a veces impregna la sala, pero ella está habituada. Con respeto, analiza cada paso: si la víctima sufrió un accidente, su labor de reconstrucción cobra especial importancia.
Trabaja con una cera especial, observa fotografías y moldea con precisión hasta restablecer los rasgos. Para la familia, el último adiós es un momento solemne y, si Fanny logra devolverle dignidad al cuerpo, se siente satisfecha.
“Tengo diez años como técnica embalsamadora, pero éste es un negocio familiar. Hay cuerpos que, a veces, parecen no colaborar, entonces hablo con ellos y siento que me ‘ayudan’ a hacer el trabajo más rápido y mejor. Les digo que pronto estarán con su familia”, cuenta.
Si la persona murió por causas naturales, no hay necesidad de abrir, solo busca una arteria y suministra químicos especiales para la conservación del cadáver.
Conforme avanza, observa señales que revelan aspectos del estilo de vida de la persona y, en algunos casos, el abandono al final. Al ver llagas en la piel de algunos cuerpos, experimenta una mezcla de tristeza y coraje.
Cuando termina de aplicar los agentes de conservación, sutura de nuevo, baña al difunto y trabaja en embellecerlo.
Con crema humectante y un cepillo, busca que el cuerpo reciba el mismo cuidado que tendría un ser querido en vida. Si el tono de la piel está apagado o amarillento, utiliza maquillaje especial, iguala el color para lograr una apariencia natural. Al final, cierra los ojos de la persona; ahora parece que duerme, que la tragedia no ha dejado huella en el rostro.
Los viste con las prendas que los deudos eligieron, aunque reconoce que hay quienes llegan con sin ropa o bien, con prendas rotas. La muerte, sabe, es un reflejo de lo que enfrentamos en vida.
Después de que Fanny interviene, la persona que está en su plancha parece descansar en paz, aunque su partida haya sido trágica.
Para ella, embalsamar es un acto de amor, una manera de suavizar el último adiós para los seres queridos y de asegurar que el difunto se vaya con dignidad.