A Liz y Areli la muerte las llevó a caminar marchas, gritar, llorar y también implorar "justicia por muertas ajenas". Las empujó a lotes baldíos y cerros a desenterrar restos óseos de mujeres a quienes sus madres buscan. La podredumbre en el Estado de México que crece y crece y sobrepasa en 10 meses 119 feminicidios y 2 mil 70 homicidios dolosos, las hace que a diario retornen a su "cotidianidad" de ir a las calles a caminar marchas.
Ambas son originarias del municipio de Ocoyoacac. Van camino a San Pedro Cholula a encontrarse con la madre de una niña desaparecida. En la jardinera del kiosco se detienen a charlar, mientras intentan enderezar las tres cruces que instalaron el mes pasado en memoria de las mujeres.
"La negra es por las desaparecidas, la rosa es por los feminicidios y la roja por la violencia", explica Liz. El día 25 de noviembre esas cruces serán parte de su protesta nuevamente, por la conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer.
Areli
"Esto va pa' largo", dice Areli cuando habla de su activismo. Tiene un rostro duro detrás de sus anteojos. Es criminóloga de profesión y lleva 20 años en el activismo.
Areli Asenet Monroy, tiene 36 años y es madre de una adolescente de 16 años.
"Es casi irremediable ese hecho" externa para referirse a que los feminicidios siguen creciendo en el Estado de México.
El fin de semana en Toluca asesinaron a otra jovencita, de una edad similar a la de su hija. Después de 20 años le da temor ser activista. Encerrarse entre las paredes de su casa, es asimilar que no existen los feminicidios.
"Claro que me da miedo, por mi hija, pero ella es empática y en realidad lo hago por ella", repite Areli.
Areli es titular en la Unidad de Igualdad de Género y Erradicación de la Violencia en el municipio de Ocoyoacac. Desde esa trinchera empatizó con Liz y con el feminicidio de su hermana Eugenia.
"Me levanto, respiro y me salgo para no llorar", explica sobre la forma en que digiere el dolor y los relatos que consumen en las fotos y charlas con las familias de víctimas de desaparición y feminicidios. También es parte de la asociación Flores en el Corazón de la que Liz es presidenta y que en próximos meses quedará registrada ante notario público.
Liz
A Liz le conocí en 2018, cuando me habló sobre los zapatos de su hermana Eugenia, que traía puestos su hermana el día que la asesinaron.
Liz es una mujer de un carácter forjado. Casi siempre utiliza pantalón de mezclilla y botas de cuero. Areli usa un sombrero color café y Liz una periquera abrochada al muslo de su pierna izquierda.
"Una de dos, o te lo tragas, o dices no puedo seguir en esto", expresa Liz cuando habla de esos tres años que lleva en el activismo de los feminicidios y las desapariciones.
Elizabeth Machuca Campos, tiene 41 años, es madre de dos hijos, uno de 20 y otro de 21, y se hizo activista desde el 27 de octubre de 2017, fecha en que su hermana fue asesinada.
"Tienes que aprender a controlar tus sentimientos", explica Elizabeth echándose ambas manos al pecho.
"Siento que esto me va ir acabando", replica Liz, cuando se le cuestiona sobre lo que queda de su vida personal.
Hace cuatro meses ingresó a la lista del Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas que ofrece el Gobierno federal.
Su activismo ha sido causa de dos separaciones con sus parejas. El tiempo no alcanza. Dura semanas en un solo caso. También, en algunos de sus casos está coludido el narco y las agresiones llegan.
"No quiero hablar demás, porque sé que lo leerán personas que nos han atacado".
Su fortaleza es su hermana y sus hijos, y ahora también el objetivo de lograr erradicar la violencia de género, al menos en Ocoyoacac y en las familias que le piden ayuda.
"Esto me llena muchísimo, cuando logras una carita feliz de una familia, dices uta, es una felicidad", se le cristalizan los ojos a Liz.
Las activistas no paran y siempre buscan nutrirse con otros casos. Se suman con jovencitas de colectivos que se organizan en los municipios y aclaran que no son separatistas.
"Nosotras no vamos a poder solas", repiten, porque saben que entre mujeres deben estar unidas.
Ambas han estado en proyectos como Zapatos Rojos, la instalación de Memoriales y apoyos a huérfanos de víctimas de feminicidio.
Para ambas mujeres, se sacrifica la vida normal de un hogar y un empleo rutinario, por el activismo y las mujeres muertas que con el paso de los años, ya no resultan ajenas y sin nombre.
De esto, nutren sus ratos de felicidad, cuando logran avances en un caso.
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