Desde el extremo opuesto al del chofer, Pablo relata el asalto que lo obligó como pasajero a improvisarse su propio protocolo de seguridad antes de subir a un camión.
Dice llevar como una fotografía las señas físicas del hombre que le puso la pistola en la cabeza para quitarle el celular.
“Dejé de usar los camiones como un mes, me quedé espantado, la verdad”, revela Pablo.
El asalto al que se refiere ocurrió el 29 de agosto de 2017, sobre la avenida Sebastián Lerdo de Tejada que pasa por el centro de Toluca y llega hasta San Juan de las Huertas en Zinacantepec. Eran tres hombres los agresores, como acostumbra el modus del crimen.
“Yo iba en los primeros asientos del camión, al lado iba uno de los asaltantes, haciéndose el dormido, los otros iban atrás”, dice la víctima.
¿Cómo empezó el asalto?
“El que estaba a mi lado se levantó, se tapó la cara con algo negro, se puso una gorra y con la pistola le dijo al chofer: ‘apaga las luces cabrón’”, testifica Pablo.
“¡Saquen todo! las manos arriba y agáchense, el que se pase de pendejo nos lo quebramos”, relata la víctima más de medio año después de la noche del asalto. Nunca denunció al igual que el resto.
Los otros dos cómplices, uno sentado en los asientos de en medio y el tercero en los de atrás, repitieron las maniobras. Pistola en mano para amagar y con una mochila sobre el pecho para recaudar el botín.
El asalto no duró más de dos minutos, el suficiente para que la unidad de la línea TEO avanzara de la calle del Molino a la siguiente. Fueron precisos y rápidos.
“Se bajaron y se fueron corriendo, pero el chofer como si nada hubiera pasado, no se detuvo y más adelante vimos una patrulla y le pedimos ayuda pero no hicieron nada para buscarlos”, reprocha Pablo.
¿Se les ocurrió ir a denunciar?
“No, a nadie”, aclara. Su caso se sumó a la cifra negra.
“Una chava que no le quitaron el celular, nos dejó hacer llamadas a nuestros familiares, eso fue lo único que hicimos”.
La noche del 29 de agosto de 2017, Pablo terminaba labores del día y se dirigía a su casa, la esquina en que acostumbraba tomar el camión es como cualquiera de Toluca, pero suele convertirse en un lugar que también aborda el crimen.
Un mes después, Pablo se guardó el miedo en la bolsa del pantalón para abordar de nuevo el transporte público.
“La verdad cuando me subía a los camiones siempre me fijaba en el primer asiento para ver si iba ese hombre con su pantalón de mezclilla y su sudadera, lo recuerdo bien como una foto”.
El rostro del crimen medía 1.73, de piel morena y pesaba unos 78 kilos, “ni gordo ni flaco”, según dice Pablo, usaba pantalón de mezclilla con gorra y tenis color café.
Desde esa ocasión, el miedo viaja con Pablo a bordo del transporte público.