/ lunes 29 de mayo de 2017

[Galería] Coquetean con la muerte pirotécnicos de Tlalchichilpan

Almoloya de Juárez.- Sí, espeligroso, pero que no lo es, este trabajo es el sustento denuestra familia, dijo Pablo Ramírez Eleno, artesano de lapirotecnia, a manera de reproche por la mala fama que les han dadoy consciente de que su artesanía llega a ser peligrosa en una malamaniobra. Su labor es pintar las fiestas de luces de color, que aveces terminan en tragedia.

A las afueras de San MateoTlalchichilpan, en las faldas de un lomerío, están instalados lamayoría de los talleres de pirotecnia, conocidos como polvorines,apostados a la distancia precisa uno de otro y con la numeraciónque obliga la normativa de la Secretaría de la Defensa Nacional(Sedena), entre campos de cultivo sólo se miran como pequeñoscuartos, siempre pintados de hollín.

Allí se ubica "El Capulín", eltaller de Pablo Ramírez, donde trabajan otras siete personas endos pequeños cuartos hechos para almacenes, uno para guardar elmaterial terminado, otro para rellenar y uno más donde se instalael barril de moler carbón y otras sustancias que seusan.

Las habitaciones deben contar conpalas, picos, extinguidores e incluso arena para casos deemergencia, según marcan los protocolos obligados.

"Imagínese, si esto lo cerraran,qué sería de nosotros, si todo el pueblo sólo sabe hacer esto,eso es lo que a veces no ven las autoridades", externó Pablo,serio en su hablar.

-¿Y ha tenido accidentes con lamanipulación de la pólvora? 

-Sí, mira, ya va pa’ dos años,un octubre perdí dos dedos de mi mano izquierda aquí en eltrabajo, -dice el artesano, quien lleva las marcas de ese accidenteentre su carne quemada y un ojo al que también le alcanzó laexplosión.

Sobre el accidente ocurrido hace dossemanas en la comunidad de Santa María del Monte, en Zinacantepec,donde fallecieron tres integrantes de una familia, Pablo lamenta latragedia, pero asegura que los accidentes suelen pasar pordescuidos, cuando no se respetan los protocolos o se improvisa eloficio.

"Nosotros llevamos dedicándonos aesto toda la vida, manejar los químicos explosivos siempre espeligroso pero nosotros esto lo sabemos hacer bien y desde queestábamos chiquillos".

Sin revelar cuántos químicos usan,explicó que el proceso requiere incluso de tierra y carbón paralos fuegos artificiales.

Una vez que terminan su material,previo a la entrega, deben probar que funcione para lo que hacenpruebas a una distancia de unos 150 metros del taller, a campoabierto.

La Sedena vienedos veces por año para hacer revisiones y que cumplamos lasmedidas de seguridad”.

Su trabajo, a diferencia de losartesanos de Tultepec, es que los de Tlalchichilpan todos soncoheteros, hacen ristras y crisantemos para las fiestaspatronales.

Todos sus productos son materialespeligrosos que Pablo aprendió a manipular.

Amo mi trabajo yme ha dado para mantener a mi familia, es una chamba que la gentelo ve muy luminoso y bonito desde lejos, pero aquí en el tallerhay que tomarlo todo con seriedad”, pregona el cohetero sobre sulabor diaria, pintado de hollín de las manos, rostro y sus ropas,sentado sobre uno de los troncos donde a diario pasa con suschalanes en el relleno de los rollos de papel.

Su oficio lo presume y lo respeta,porque sabe que entre castillos y ristras se juega lavida.

Almoloya de Juárez.- Sí, espeligroso, pero que no lo es, este trabajo es el sustento denuestra familia, dijo Pablo Ramírez Eleno, artesano de lapirotecnia, a manera de reproche por la mala fama que les han dadoy consciente de que su artesanía llega a ser peligrosa en una malamaniobra. Su labor es pintar las fiestas de luces de color, que aveces terminan en tragedia.

A las afueras de San MateoTlalchichilpan, en las faldas de un lomerío, están instalados lamayoría de los talleres de pirotecnia, conocidos como polvorines,apostados a la distancia precisa uno de otro y con la numeraciónque obliga la normativa de la Secretaría de la Defensa Nacional(Sedena), entre campos de cultivo sólo se miran como pequeñoscuartos, siempre pintados de hollín.

Allí se ubica "El Capulín", eltaller de Pablo Ramírez, donde trabajan otras siete personas endos pequeños cuartos hechos para almacenes, uno para guardar elmaterial terminado, otro para rellenar y uno más donde se instalael barril de moler carbón y otras sustancias que seusan.

Las habitaciones deben contar conpalas, picos, extinguidores e incluso arena para casos deemergencia, según marcan los protocolos obligados.

"Imagínese, si esto lo cerraran,qué sería de nosotros, si todo el pueblo sólo sabe hacer esto,eso es lo que a veces no ven las autoridades", externó Pablo,serio en su hablar.

-¿Y ha tenido accidentes con lamanipulación de la pólvora? 

-Sí, mira, ya va pa’ dos años,un octubre perdí dos dedos de mi mano izquierda aquí en eltrabajo, -dice el artesano, quien lleva las marcas de ese accidenteentre su carne quemada y un ojo al que también le alcanzó laexplosión.

Sobre el accidente ocurrido hace dossemanas en la comunidad de Santa María del Monte, en Zinacantepec,donde fallecieron tres integrantes de una familia, Pablo lamenta latragedia, pero asegura que los accidentes suelen pasar pordescuidos, cuando no se respetan los protocolos o se improvisa eloficio.

"Nosotros llevamos dedicándonos aesto toda la vida, manejar los químicos explosivos siempre espeligroso pero nosotros esto lo sabemos hacer bien y desde queestábamos chiquillos".

Sin revelar cuántos químicos usan,explicó que el proceso requiere incluso de tierra y carbón paralos fuegos artificiales.

Una vez que terminan su material,previo a la entrega, deben probar que funcione para lo que hacenpruebas a una distancia de unos 150 metros del taller, a campoabierto.

La Sedena vienedos veces por año para hacer revisiones y que cumplamos lasmedidas de seguridad”.

Su trabajo, a diferencia de losartesanos de Tultepec, es que los de Tlalchichilpan todos soncoheteros, hacen ristras y crisantemos para las fiestaspatronales.

Todos sus productos son materialespeligrosos que Pablo aprendió a manipular.

Amo mi trabajo yme ha dado para mantener a mi familia, es una chamba que la gentelo ve muy luminoso y bonito desde lejos, pero aquí en el tallerhay que tomarlo todo con seriedad”, pregona el cohetero sobre sulabor diaria, pintado de hollín de las manos, rostro y sus ropas,sentado sobre uno de los troncos donde a diario pasa con suschalanes en el relleno de los rollos de papel.

Su oficio lo presume y lo respeta,porque sabe que entre castillos y ristras se juega lavida.

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