Ciudad de México, Méx.- El cansancio se reflejaba en los ojos de cada uno de los 70 mil guadalupanos asistentes a la Basílica, el calor caía a plomo sobre sus rostros, la fatiga derramada de sus pies que impregnaban el suelo del Tepeyac se palpaba, se inhalaba. Sin embargo, su mirada de esperanza dirigida hacía los ojos de su virgencita, eran más que eso; de nueva cuenta el pincel de la fe, volvió a colorear este recinto religioso.
“Mami, mami, ya estoy aquí en con la virgencita. Si ya le pedí para que tu enfermedad sane”, comentaba eufórica una guadalupana que junto con otros miles de romeros, se encontraban tendidos en la explanada de la casa de la Virgen de Guadalupe, a la escucha de la celebración eucarística celebrada por el obispo de Toluca.
Después de varios días, la LXXX Peregrinación anual de Toluca al Tepeyac, llegó a su fin. Desde la misa de Buen Viaje, hasta la misa de acción de gracias, los rostros, colores y hasta los sabores fueron los mismos. Todos como una familia.
Las imágenes de la Virgen de Guadalupe adornaban playeras, morrales, sombreros, gorras, automóviles, banderas y hasta el mismo cuerpo de muchos peregrinos que cumplieron de nueva cuenta su manda; llegar a los pies de la Virgen de Guadalupe.
El cerro del Tepeyac, ayer lució distinto. El tono colorido de los miles de peregrinos apresando las imágenes de la “virgen morena” entre sus manos, vestía la explanada. Ni algunos turistas extranjeros empañaban, la estampa ofrecida por cada uno de los guadalupanos que invadieron esta zona de la Ciudad de México.
Esta es su casa, decía el representante de la Arquidiócesis Primada de México encabezada por Carlos Aguiar Retes, previo a la ceremonia religiosa. Y si fue así, más de 70 mil romeros provenientes de la diócesis de Toluca tomaron al Tepeyac como su hogar, para beneplácito del comercio y prestadores de servicios asentados en esta zona, “sí, ellos vienen y activan la actividad comercial, no nos podemos quejar”, aceptaba una vendedora de rosarios ubicada a la entrada de la Basílica.
Las vestimentas indígenas también se distinguían entre la multitud. Sus pies descalzos ya no eran los mismos de otros años, pero oculta entre la suela de su calzado, su piel marchita por el cansancio, también desprendía esa fe que llenaba sus ojos conectados a la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Ancianos, mujeres, hombres y niños, todos reunidos formaban una gran familia, encabezada por la fe, una fe que no se desvaneció durante los más de 100 kilómetros de camino, una fe que estimuló a cada uno de los romeros a pararse ante los pies de la Virgen de Guadalupe, mirar su rostro celestial y decirle ¡GRACIAS MADRE!.