Tenancingo, México.- Jatziel palea apurado las piezas crudas que ingresa al horno por minutos. El panadero se dice con suerte porque su fuente de trabajo no se haya colapsado aquel 19 de septiembre como pasó con otros en Tecomatlán.
"Tuvimos suerte, el patrón nos dijo que si queríamos seguir trabajando y a los dos días volvimos al horno", responde sin dejar de mover sus manos.
La realidad de los panaderos de este pequeño asentamiento, ubicado a unos seis kilómetros de Tenancingo, es incierta tras el sismo. No todos lograron obtener ayuda y los techos y paredes de muchos cayeron.
"Ya se vienen las ferias y no todos están pudiendo salir a vender", dice María Fernanda García, otra de las empleadas.
El horno de la familia Lozano sufrió daños en las vigas del techo pero no cayó, la suerte no fue igual para otros 10 talleres familiares que aún están cerrados y sin poder producir.
"Así con miedo nos venimos a trabajar, aún tenemos pero si no de qué comemos", reflexiona Alondra Herrera. El bolillo (pedazo de madera) no deja de moverlo mientras aplana los cocoles.
"Fue triste, porque mientras la gente estaba afuera quitando escombros, nosotros aquí adentro haciendo pan para recuperarnos", explica Alondra.
El resto de los panaderos de Tecomatlán que sobrevivieron al sismo hicieron lo mismo. Son más de 100 panaderías, la mayoría afectados pero que no han cerrado, mientras no los clausuren las autoridades.
Algunos pudieron abrir porque un grupo de voluntarios nombrados los “Tecomates” fue casa por casa y recolectó dinero para reparar los amasijos del pan (hornos).
“Hubo un grupo de jóvenes que se unieron y salieron a juntar dinero, con eso ayudaron a varias familias para poder reanudar la producción”, explicó Jatziel.
En el taller de los Lozano son 10 familias que no perdieron el empleo tras el sismo, ellos llegan a sus labores durante las primeras horas del día, amasan, pesan y comienzan con el proceso de torteado de los cocoles.
Mientras tanto otros pasan horas en el paleo para echar y sacar los cocoles que van ordenando en grandes charolas instaladas a un costado de los hornos.
“El proceso para coser el pan no tiene un tiempo, pueden ser segundos que los metes o unos minutos, es rápido pero también cansado”, comenta Jatzel mientras sostiene una risa.
En el pueblo hay una vocación profunda por la vocación emprendedora, eso los ha sostenido después del sismo.
María Fernanda comenta que son más de siete bultos y medio los que se producen a diario, que abarcan mil 200 piezas, las que se entregan en la Marquesa, también en el centro de Tenancingo y algunos llegan al mercado Benito Juárez de Toluca.
El trabajo diario lo hacen entre escombros que nunca se juntaron, maderos apilados y polines sobrepuestos en el techo. La reconstrucción no avanza pero hay fe.
“Hay algunas familias que no están pudiendo ir a las ferias, porque no están produciendo”, lamentan los panaderos, aunque se dicen afortunados por continuar con los entregos.
“¡Ya se viene el día del panadero!”, comenta Alondra. Lo dice a manera de ánimo, pues es la fecha en que todos suben a dar gracias a las cruces que se instalaron al costado de la iglesia del Señor de la Buena Muerte. El único recinto religioso que se mantiene en pie.
Aún hay duda de lo que ocurra en la temporada de este año, pero el desánimo no los consume. El pueblo panadero se levanta a diario para hornear su suerte.