Airami Tranquilino, madre de Zoe a quien lleva en brazos, pareciera que descubre la brecha en la que camina aunque desde hace 20 años la ha pizoneado a esas horas y de ese modo.
Reconoce los lotes baldíos y el borde del río que cruza todos los días para llevar a Zoe a la escuela del Conafe instalada en la comunidad de Campamento Kilómetro 48. Un pedazo poblacional de unas 130 familias.
Luego de 20 años, el camino a la escuelita del Conafe no ha cambiado solo las formas ya que ahora Airami debe llevar a Zoe con cubrebocas; sin embargo las cooperaciones de cada inicio ciclo escolar las han embargado para comprar gel y desinfectante por litro.
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El camino que sale del monte y llega a unos dos kilómetros, a la carretera de la 48, Airami y Zoe el lunes lo volvieron a andar, porque volvieron las clases presenciales y arribaron los instructores del Conafe.
Los maestros le rejuegan recuerdos a Aimari de cuando a ella, su madre la llevaba del brazo caminando esa brecha.
—Son como veinte minutos de camino, dice Airami, sin perder el ritmo de los pasos que se hunden en pequeños surcos de tierra y cargando a Zoe en brazos y también una bolsita en la que lleva gel, colores y unas hojas.
Una hora antes de entrar nos levantamos, le preparo su desayuno, le pongo el cubrebocas y comenzamos a caminar.
ORGANIZAR LA ESCUELA
Hay un grupo de mujeres al centro del patio de la escuela del Campamento Kilómetro 48. Dialogan sobre el gel y el líquido sanitizante que tuvieron que ir a comprar hasta Toluca.
En la reunión están Edith Valeriano, Sarahí de Jesús, Rita Guillermo, Rosa Elena Bernal y dos profesores que llegaron a visitarlos de las oficinas del Conafe. "Compramos por litro, porque es más barato", explica Rosa Elena al grupo.
—Aquí, cuando entran los niños se les va poniendo el gel, añade un padre de familia señalando el acceso a la escuela. Es un filtro sencillo, pero que se toman en serio por quienes lo dirigen.
Aunque en Campamento kilómetro 48 no han reportado casos positivos de Covid-19 en 17 meses el virus los ocupa.
—Estamos aquí como el comité de salud, subraya el grupo de mujeres que están en el círculo del patio. Todos portan su cubrebocas y saludan con los puños cerrados aunque allí, en ese pueblo otomí, estén acostumbrados a los abrazos y estrechar la mano.
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Allí, a las afueras del Valle de Toluca, los protocolos sanitarios en las escuelas no han sido estrafalarios, solo suficientes. Han mediado con los recursos y por el momento, estos, han sido suficientes.
"Para el gel y el líquido pedimos de a 35 pesos por familia", explica Sarahí de Jesús mostrando uno de los botellones de cinco litros que están sobre una mesa.
Es lo que se puede en esta comunidad de Temoaya y con el recurso que palean el inicio de ciclo escolar, mientras el Conafe los dota con el resto de los insumos.
Sin la ayuda de ese grupo de familias, para los instructores del Conafe sería difícil lograr un retorno a las aulas. Aunque el Conafe, por su estrategia pedagógica, evitó la deserción escolar durante la Pandemia, según los números que compartió con este diario la institución.
Estamos agradecidos con la escuela, algunos se van hasta San Pedro y San Lorenzo Oyamel, pero la mayoría aquí están.
Aunque el servicio de los instructores del Conafe allí en Campamento, no es regular, por ser otorgando por jóvenes voluntarios sin el título de docentes, la realidad es que sin ellos, no habría escuelas en esta y otras mil 500 comunidades del estado.
NOÉ EL INSTRUCTOR
—Apenas me cambiaron este ciclo para acá, cuenta Noé Dávila Colín, el más joven de los cuatro docentes que prestan servicio en Campamento.
"Cumplimos todos los protocolos y ahorita las mamás y papás son los que están encargados de eso", añade el docente.
Noé y otro grupo de tres jóvenes, atienden a 36 alumnos en total: ese número representa preescolar, primaria y secundaria. Es decir, que su escuela de tres niveles académicos, resulta ser la matrícula de un aula de una escuela Toluca.
Somos escuelas pequeñas, pero eso mismo ayuda a dar más atención personalizada.
PANDEMIA EN EL MONTE
Airami y su madre, Lorenza Camacho Tranquilino, asemejan dos generaciones que han subido y bajado la brecha que lleva a la escuela Conafe. Eso fue hace ya 20 años, cuando Lorenza relucía más juventud y Airami tenía tres años. "Yo me iba también caminando cargando a mi hija", recuerda Lorenza.
Ahora sabe que a su hija le pesa más el bulto de la vida, porque debe ser madre en una Pandemia que también azotó al monte donde viven.
Aquí, no hay contagios de eso, pero sí se fue el trabajo.
Allí en el hogar que comparten con otros ocho integrantes de familia, ambas mujeres enlistan prioridades que resultan ser las que llevan bocado a la boca.
"Ahorita como no hay mucho trabajo, hemos sembrado haba, maíz, tomate", enlista Airami. Se refiere a un huerto que está a espaldas de la casa y se alarga en una ladera que va montaña abajo.
El patio de frente de la familia Tranquilino, es único: hay árboles de pera, duraznos, bugambilias y en la cerca unos nopales que ya dieron tunas.
"Lo bueno que aquí, se da de todo", ríe Aimari y Lorenza, luego presumen una cubeta de hongos silvestres. Una nutrición de monte, pareciera que es una buena dieta para no enfermar de Covid-19.
"Vamos para abajo amá", se despide Aimari y toma rumbo con Zoe de nuevo a la escuela. A terminar el día de clases.
Aunque a la salida de la escuela ya todo es más relajado. Se olvidan del protocolo, de aplicar gel y los cubrebocas los guardan una vez que salen del portón. Allí en Campamento, la vida sin el cubrebocas aún es posible.