Zinacantepec, México.- La mañana ha dado tregua a los habitantes de Loma Alta. Los rayos del sol derritieron las capas de hielo que cubren los tejados. Don Simón y su familia aprovecharon el día para arrear sus borregos y lavar un poco de ropa.
“Todavía no empiezan los días más fríos, pero si se siente duro aunque uno ya está acostumbrado”, narra don Simón.
El pequeño poblado ubicado a unos cinco kilómetros del volcán Xinantécatl, en el municipio de Zinacantepec, se esconde detrás de un lomerío que cubre en un pequeño valle al pueblo dedicado a la siembra de avena y papa.
No más de 500 personas habitan Loma Alta, quienes conviven a diario con las carencias, las malas cosechas y el frío invernal.
Pareciera que todo el año fuera invierno aquí, por las mañanas y tardes se deja venir el airecito frío
Rocío Álvarez, esposa de Simón
A ella le toca preparar la cena de Nochebuena. Sabe que debe estirar el presupuesto que salga de la venta de avena y papa.
“Vamos a preparar unos antojitos, enchiladas y lo que se pueda”, dice con una sonrisa simulada.
-¿Una barbacoa con sus borreguitos?, se le pregunta. “No creo, aún están muy chicos los borregos, ya será para el otro año”, responde la mujer.
Es común que en Loma Alta completen su sostén diario con la crianza de borregos, aunque no sale mucha ganancia.
“A lo mucho te pagan mil pesos, aunque los crezcas más no te los pagan, por eso los sacamos al año”, relata don Simón.
La vivienda de la familia Reyes Álvarez es humilde, y la integran la pareja, sus tres hijos y dos nietos. Todos duermen en un cuartito de cuatro metros cuadrados que construyeron con tabique para aminorar el frío.
Aunque tienen otra habitación de madera, ya no la usan por lo intenso del frío. En el pueblo la mayoría ha comenzado a construir casas de tabique y losa por esa misma razón.
“La cabaña ya no la usamos, hace mucho frío, nos echamos hasta ocho cobijas en las noches para aguantar”, revela don Simón, mientras intenta calentarse frente al fogón de la cocina.
Al interior los únicos muebles que hay son un viejo sillón donde se sientan todas las tardes a conversar. También un viejo trastero en color azul cielo, del que cuelgan unas ollas. Esos son sus únicos lujos.
Pese a su pobreza, la familia Reyes ofrece un vaso de refresco a su visita. En medio de las carencias demuestran su solidaridad y bondad.