Toluca, México.- Las manos de doña Anatolia Villegas Castañeda, describen una vida de labor. De cortar y rajar palma. Ese es su sustento y el de sus hijos desde hace varias generaciones. “Ahora que entró el plástico, se acabó la venta”, reprocha la campesina sureña.
Como ya es costumbre, desde hace 50 años doña Ana recorre más de 70 kilómetros desde los cerros sureños del municipio de Zumpahuacán, hasta Toluca, para vender la palma ya que, previo al Domingo de Ramos, su familia completa se instala y hospeda frente al parque 21 de Marzo en la colonia Del Parque. Su punto de venta y donde esperan siempre acabar su mercancía.
El corte comienza unos veinte días antes del Domingo de Ramos, nos vamos al cerro a cortar, es duro.
La importancia de su trabajo resalta más a la hora de analizar que ella es la cabeza de su familia pues, durante su periodo de ventas en la capital mexiquense, le acompañan tres de sus hijos; dos varones y una mujer. Todos apurados durante el día para amarrar los manojos de cada carga. Antes que el tiempo les lleve delantera y no estén listos para los días buenos.
El miércoles y jueves ya es la venta buena.
Las mueve de un lado a otro. Las cicatrices muestran que lo duro de las jornadas es evidente.
De acuerdo con la familia en promedio duermen durante ocho días a pie de los bultos de palma, con unas colchonetas improvisadas para palear el frío de Toluca.
Al menos la mitad de la mercancía podría no venderse y tirarse, dice doña Anatolia. Por eso deben apurarse para tener los bultos listos para la distribución por mayoreo. Así lo hacen todos los palmeros sureños que se desplazan cada año al Valle de Toluca a vender.
Hay ramitos adornados que no los pagan a cinco pesos, no quieren pagar.Su venta es sobre todo al mayoreo, con los comerciantes de la zona norte de Toluca, que revenden y tejen las palmas.
Por año, la familia Villegas Castañeda corta al menos 27 cargas de palmas, que se traducen a ocho manojos por carga y 120 palmas por cada manojo. Toda una labor que lleva más de 20 días en el corte.
Ya se está perdiendo la tradición de los palmeros, de los petates, porque no se vende mucho.
Los artesanos aseguran que a cada ramillete del árbol palmero, se le puede sacar provecho: costales, canastos, petates, sopladores e incluso como tejado se puede usar la palma.
Pero, las bajas ventas, llevan cada vez más al precipicio de la extinción a los palmeros.
"Ahorita en Semana Santa, es buena época para vender”, sostiene la palmera. Hay esperanza que este año no tengan que tirar su producto.
“Lo tiramos, porque sale más caro llevárselo”, agrega. Sus rostros lucen el esfuerzo y esmero con que hacen su trabajo. Aún así la temporada es incierta.