Martes cinco de la tarde. Las paredes blancas pintadas con franjas color morado del Centro Cultural y Deportivo Las Américas, en Ecatepec, comienzan a oscurecer ante las sombras de cientos de personas que acudieron a formarse para recibir la vacuna contra el Covid-19.
Entre éstas se encuentra Cecilia, una joven mujer quien, como cientos de personas, llevó a sus padres adultos mayores de 60 años para recibir la dosis inmunizadora contra el Covid-19. Cecilia con amor observa a Gil y Guadalupe de 78 y 71 años de edad, sentados en las sillas dentro del inmueble en espera de ser vacunados.
Relata que llegaron a formarse desde antes de las 05:00 horas, y que suponían serían de los primeros pero, las enfermeras iniciaron al revés y serán de los últimos de ese primer grupo. Asegura que su enojo, al tener que esperar más tiempo, se convierte en felicidad cada vez que voltea la mirada y observa a sus padres.
A punto de derramar sus lágrimas, platica que desde el inicio de la alerta sanitaria decidieron confinar para no arriesgar a sus padres, sin embargo de alguna manera resultaron contagiados. “Tal vez compraron algo en la tienda y no lo limpiaron, pero los dos se contagiaron”.
Cecilia, quien tiene su hogar en la colonia Jardines de Morelos, con voz entrecortada menciona que han vivido la pandemia en carne propia, ya que al principio a Gil y Lupita los atacó un cuadro severo de gripe, seguido de tos seca y fuertes dolores de cabeza. Preocupada los llevó a consulta médica con una doctora amiga de la familia que le sugirió realizar la prueba del virus SARS-CoV-2.
Por desgracia, la prueba confirmó las sospechas, ambos salieron positivos. Primero siguieron un estricto tratamiento de medicamentos, posteriormente, se aislaron.
“Fue bien difícil, desde el inicio de la pandemia decidí no visitarlos para no llevarles el “bicho”, de nada sirvió porque en noviembre salieron positivos y hasta casi finales de enero se recuperaron. Mi único contacto desde entonces ha sido vía telefónica y hasta ahorita que me tocó traerlos”.
La vacuna, asegura, es un alivio, ya que por comentarios de personas cercanas es terrible ver cómo el virus se lleva la vida de las personas que más amas o con compañeros de trabajo con los que convives todos los días.
“Mis padres vienen con todo el ánimo, sin temor la única preocupación que teníamos es que mi mamá es diabética y mi papá en inmunosuprimido, pero la doctora nos confirmó que no hay problema y les pueden aplicar la dosis. No tienen miedo, vienen con todo el ánimo y el entusiasmo, ya volvieron de la enfermedad”.
Minutos después de las 14:00, son llamados, primero Lupita quien apresurada se sube la manga de su suéter tejido en color azul. La enfermera, antes de aplicarle la vacuna, le explica que el dolor de cabeza, articulaciones o en el brazo donde sería aplicada la dosis, así como náuseas, fiebre o cansancio son algunas de las reacciones posteriores a la aplicación medicamento. Lupita asienta con la cabeza y recibe la dosis, después el turno de Gil.
Tras permanecer por media horas en el sitio, antes de las 15:00 horas y abandonar el lugar, Cecilia a punto de llorar manifiesta que sus padres están ahora protegidos por la vacuna, a la que hay que dar un voto de confianza. “Es más triste ver morir a nuestros padres en cama, sin poder ayudarles”.
Antes de partir, asevera que no está enojada porque la gente que no tenía cita llegó antes y, tal vez, le robaron su lugar y saturaron de nueva cuenta el módulo de vacunación. “Ya que por amor a nuestros padres e hijos, uno es capaz de todo”.