La elaboración de piñatas de manera artesanal y la cartonería son oficios que dan identidad al municipio de Acolman; más de un centenar de familias trabajan en al menos 50 talleres.
Según la historia, fue en el Convento de San Agustín (en Acolman) donde se elaboró la primera piñata tal como la conocemos; esta tradición que nació en el siglo XVI ahora es reconocida internacionalmente.
En el año 1586, los frailes agustinos de Acolman, cerca de la zona arqueológica de Teotihuacán, recibieron la autorización del papa Sixto V para celebrar las “misas de aguinaldo”, que más tarde se convertirían en las posadas.
La piñata original era una olla de barro, se le agregó papel de china de colores para hacerla más vistosa y representar los placeres superfluos.
Existen piñatas del tamaño de un llavero o monumentales de hasta más de tres metros y medio de diámetro que varían en precios desde 10 hasta 2 mil 800 pesos o un poco más. Los artesanos están orgullosos, ya que sus piñatas no sólo se venden dentro del municipio, sino que aseguran han traspasado las fronteras.
Maria de Lourdes Ortiz Zacarías y María del Rocío son dos artesanas que por décadas se han dedicado a la elaboración de piñatas, ambas aprendieron el oficio a través de sus padres.
Para ellas, la piñata representa la identidad que le dan al municipio, el legado que les dejaron sus padres y un trabajo para lograr sobrevivir.
Coinciden que a pesar de la incertidumbre, la tradición continúa sobre todo en la época decembrina con la llegada de las posadas, donde la principal invitada es la piñata.
Esta pieza de siete picos representa los pecados capitales: lujuria, gula, pereza, vanidad, envidia, soberbia y avaricia.
Las artesanas relataron que por la pandemia de Covid-19, sus talleres fueron afectados por la restricción que las autoridades impusieron de organizar reuniones y derivó en la baja de producción.
Además, con la pandemia se complicaron los puntos de venta y resultaba difícil comprar los materiales que se utilizan. Sin reuniones, no había mucha gente que comprara piñatas. Las ventas decayeron hasta 90%.
Antes de la pandemia, algunos talleres vendían desde 30 hasta 70 piñatas por semana, durante la pandemia no vendían ni cinco. Otros, dijo, llegaron a vender una por semana. Además, al ser una actividad considerada no esencial debieron descansar a sus trabajadores y cerrar.
Las artesanas indicaron que la pandemia de la Covid-19 no es la única amenaza que ha enfrentado la piñata tradicional. En la actualidad, mucha gente prefiere comprar las piñatas de figura, las cuales representan personajes de la televisión.
María del Rocío relata que ella aprendió el oficio por su madre, quien enviudó y tomó un curso para elaborar piñatas, con esta actividad mantuvo a sus hijos.
Indicó que en sus inicios, en su pequeño taller producían 50 piñatas. Con los años llegaron a elaborar más de 10 mil al año.
El taller de María del Rocío es uno de los que van resurgiendo, ya que permaneció cerrado durante la alerta sanitaria, por lo que espera recuperarse este año de esas grandes pérdidas.
En tanto, María de Lourdes Ortiz Zacarías es propietaria del taller de piñatas Franlu y cuarta generación de una familia dedicada a la elaboración de piñatas desde hace 36 años.
Mencionó que la pandemia afectó su producción, a pesar de que su taller es uno de los reconocidos a nivel nacional.
“Tengo el ánimo y la fe de que en este año la producción se incremente en un 90%, así va a ser.
“De hecho. se han reactivado los tianguis turísticos y poco a poco las actividades económicas”, expresó la artesana.
Franlu es de los pocos que trabaja todo el año en la elaboración de piñatas de colores dorados para exteriores que no se decoloran con el sol, "piñatitas" para árboles de navidad y nacimientos, además de otras para dulceros y las tradicionales que nunca faltan en las posadas.
Indicó que en estos dos años de pandemia, su taller se ha mantenido con la venta de las catrinas y cartonería.