/ martes 20 de marzo de 2018

Recuento 19-S Edomex a seis meses del sismo

“¡El miedo no se fue, aquí sigue!”


El 19 de septiembre de 2017, el Estado de México quedó fracturado. La vida, economía, patrimonio y hogares de familias en 12 municipios se desplomaron. En otros cinco estados ocurrió lo mismo y tras seis meses del sismo aún hay zozobra por el futuro próximo.

El corte final de las autoridades estatales fue de 15 muertos y 12 municipios afectados: Atlautla, Amecameca, Ecatzingo, Tepetlixpa, Malinalco, Zumpahuacán, Tianguistenco, Nezahualcóyotl y entre los más dañados Joquicingo, Tenancingo, Villa Guerrero y Ocuilan.

Hubo 6 mil 60 viviendas afectadas, de las cuales 2 mil 702 presentaron daño total, concentradas sobre todo en la zona sur del estado. En tanto el recuento de planteles educativos arrojó que 44 mil estudiantes fueron reubicados, 4 mil 900 escuelas fueron derribadas y se abrieron 320 espacios temporales como centros educativos.

Al cumplirse los seis meses del sismo, el Gobierno estatal informó que los trabajos para reconstrucción de la zona de desastre están en 98 por ciento de avance, lo que se traduce en unas 2 mil visitas hechas.

El presupuesto asignado para la reconstrucción superó los 8 mil 500 millones de pesos, incluso con deuda contraída por 2 mil 800 millones, sin embargo, a seis meses de la tragedia los relatos de las víctimas revelan que no hay dinero que alcance para revivir de entre los escombros. No hay dinero que espante el miedo.


El cerro se partió el día del temblor”

Hubo un gran estruendo aquel día, la gente no alcanzó a reaccionar del todo y la tierra comenzó a moverse, relatan los habitantes en Tecomatlán, municipio de Tenancingo. A seis meses del 19 de septiembre, los escombros fueron disueltos, pero no el miedo y la tristeza.

“¡El miedo no se fue, aquí sigue!”, advierte Araceli Camacho, una de las comerciantes del tianguis.

El cerro donde se encuentra el santuario al Señor de la Buena Muerte se partió, dicen los habitantes. Aparecieron grietas que provocaron hundimiento de casas.

“Cuando estábamos en la casa se escuchó que tronó algo muy fuerte, fue el cerro, se partió con el temblor, la gente sólo corría a la escuela porque era la hora de salida”, recuerda Amelia.

Los caminos del sur del Estado de México llevan hasta Acatzingo, San Simonito, Tenería, Santa Ana y Tepetzingo, todos a pie de carretera, que hasta el año pasado eran una ruta hacia los santuarios, ahora es nombrada como territorio de desastre.

Tecomatlán fue uno de los más afectados. Ahí se cayó el techo de la iglesia de San Miguel, a la par de unas 50 viviendas y hornos familiares de pan, que dejaron sin actividad económica a docenas de familias.

“A veces no vendemos ni para un agua, no podemos recuperar lo que se perdió”, recrimina la comerciante. Es de las pocas que ha vuelto a la calle de Independencia, donde se instala el tianguis. Otros han quebrado.

“Se nos fue el patrimonio, no hay trabajo, el señor que se ponía al lado de mí perdió su camioneta, le cayó una casa encima y ya no tiene como trasladar su mercancía”, expresa Amelia.

La economía se restablece a cuentagotas, como en la mayoría de los municipios, en Tenancingo la ayuda sólo ha resuelto el problema a medias. Las pocas casas que se han levantado están en obra negra y se hizo con inversión de los dueños.

Las cuadrillas de albañiles sustituyeron a los voluntarios, arquitectos y militares que días posteriores llegaron a contribuir. El recuento de daños en Tenancingo aún no se puede dimensionar totalmente.


La reconstrucción tarda

Es la mañana en la cabecera de Joquicingo. El mercado local luce puestos abiertos y marchantes que compran y caminan; casi seis meses después del sismo del 19 de septiembre de 2017 retornó a su vida habitual.

La imagen es engañosa, pues detrás de las paredes a medio pintar que se han levantado, la tragedia es la única que habita.

“No a todos nos han ayudado, sólo a los que se les cayó por completo la casa”, alude Isabel Núñez, “¡hubiera preferido que se me cayera la casa!, para que llegara la ayuda”, recrimina la mujer en una respuesta que explica la situación de cientos de familias en Joquicingo.

La mayoría de las calles fueron limpiadas de los escombros, tablas, tejas, adobes y tierra que dejó la demolición de las casas que estaban frágiles.

También los miles de voluntarios que paseaban día y noche por la cabecera ya no existen. El pequeño asentamiento ha vuelto a la normalidad, al menos en su andar de gente.

“Pasaron muchos arquitectos a tomar nota, pero la ayuda nunca llegó, que porque no era prioridad para nosotros, válgame Dios, pues claro que necesitamos porque a todos se nos vino abajo el patrimonio”, vuelve a reprochar Isabel.

La escuela primaria León Guzmán, que fue habilitada como albergue, ahora retornó a clases, también la iglesia, y eso obligó a que los afectados sin ayuda buscarán refugio con familiares, rentaran cuartos o simplemente invadieran terrenos baldíos para improvisar un techo.

“Este señor lo trajo mi papá y ya no se fue, se quedó en ese cuartito a vivir”, señala Guadalupe, vecina de Isabel, al referirse a las personas, quienes tras el temblor no tienen casa.

En la calle de Vicente Guerrero, una de las más afectadas, Dionisio Orihuela palea arena y grava frente a lo que fuera su casa. Así lo hace desde diciembre pasado, cuando le llegó la ayuda del gobierno. Asegura que fue poco, ni la mitad de lo que ha gastado para reconstruir.

“Nos dieron 87 mil pesos, pero para levantar esta casa así como está, en obra negra, me llevé fácil unos 250 mil pesos”, explica Dionisio.

¿Y lo demás, cómo le hizo? Se le pregunta. “Pues tenía unos ahorritos y con eso acompleté”.

La realidad para el resto de los beneficiados es la misma historia. Al menos algunos tuvieron esa suerte.

La iglesia de la Virgen de la Asunción aún se mantiene cerrada, con el sismo perdió una de sus cúpulas y los feligreses han tenido que improvisar para refugiar su fe.

Según el conteo del gobierno estatal, en total fueron 50 casas derribadas por tener fallas profundas, más otras 180 que presentaban fisuras, pero que no hubo necesidad de demolerlas. Entre éstas se encuentra la de Isabel, a quien se le colapsó la cocina y un baño. Pero no fue prioridad para las autoridades.

“Mire, aquí era mi cocina y aquí mi baño, estaba chiquita mi casa, pero era lo que tenía, todavía ni recojo nada, porque hasta eso nos negaron en ayuda”, recrimina la mujer, parada sobre lo que fuera su cocina.

Su casa ahora es un corral grande donde mantiene a sus borregos y conejos, porque es inhabitable para humanos. Lo único que se mantiene en pie son dos cuartos, que sirven de bodega para unos cuantos muebles y herramientas.

En el andar de las calles, las escenas se repiten. Los estragos son la constante.

Parado, inmutable, un hombre se divisa frente a la capilla que fue reabierta. El hombre musita una oración, después se persigna y se va con la tristeza a cuestas y de lado su viejo sombrero. La estampa lo dice todo. En Joquicingo el sismo aún se siente.(L)


El 19 de septiembre de 2017, el Estado de México quedó fracturado. La vida, economía, patrimonio y hogares de familias en 12 municipios se desplomaron. En otros cinco estados ocurrió lo mismo y tras seis meses del sismo aún hay zozobra por el futuro próximo.

El corte final de las autoridades estatales fue de 15 muertos y 12 municipios afectados: Atlautla, Amecameca, Ecatzingo, Tepetlixpa, Malinalco, Zumpahuacán, Tianguistenco, Nezahualcóyotl y entre los más dañados Joquicingo, Tenancingo, Villa Guerrero y Ocuilan.

Hubo 6 mil 60 viviendas afectadas, de las cuales 2 mil 702 presentaron daño total, concentradas sobre todo en la zona sur del estado. En tanto el recuento de planteles educativos arrojó que 44 mil estudiantes fueron reubicados, 4 mil 900 escuelas fueron derribadas y se abrieron 320 espacios temporales como centros educativos.

Al cumplirse los seis meses del sismo, el Gobierno estatal informó que los trabajos para reconstrucción de la zona de desastre están en 98 por ciento de avance, lo que se traduce en unas 2 mil visitas hechas.

El presupuesto asignado para la reconstrucción superó los 8 mil 500 millones de pesos, incluso con deuda contraída por 2 mil 800 millones, sin embargo, a seis meses de la tragedia los relatos de las víctimas revelan que no hay dinero que alcance para revivir de entre los escombros. No hay dinero que espante el miedo.


El cerro se partió el día del temblor”

Hubo un gran estruendo aquel día, la gente no alcanzó a reaccionar del todo y la tierra comenzó a moverse, relatan los habitantes en Tecomatlán, municipio de Tenancingo. A seis meses del 19 de septiembre, los escombros fueron disueltos, pero no el miedo y la tristeza.

“¡El miedo no se fue, aquí sigue!”, advierte Araceli Camacho, una de las comerciantes del tianguis.

El cerro donde se encuentra el santuario al Señor de la Buena Muerte se partió, dicen los habitantes. Aparecieron grietas que provocaron hundimiento de casas.

“Cuando estábamos en la casa se escuchó que tronó algo muy fuerte, fue el cerro, se partió con el temblor, la gente sólo corría a la escuela porque era la hora de salida”, recuerda Amelia.

Los caminos del sur del Estado de México llevan hasta Acatzingo, San Simonito, Tenería, Santa Ana y Tepetzingo, todos a pie de carretera, que hasta el año pasado eran una ruta hacia los santuarios, ahora es nombrada como territorio de desastre.

Tecomatlán fue uno de los más afectados. Ahí se cayó el techo de la iglesia de San Miguel, a la par de unas 50 viviendas y hornos familiares de pan, que dejaron sin actividad económica a docenas de familias.

“A veces no vendemos ni para un agua, no podemos recuperar lo que se perdió”, recrimina la comerciante. Es de las pocas que ha vuelto a la calle de Independencia, donde se instala el tianguis. Otros han quebrado.

“Se nos fue el patrimonio, no hay trabajo, el señor que se ponía al lado de mí perdió su camioneta, le cayó una casa encima y ya no tiene como trasladar su mercancía”, expresa Amelia.

La economía se restablece a cuentagotas, como en la mayoría de los municipios, en Tenancingo la ayuda sólo ha resuelto el problema a medias. Las pocas casas que se han levantado están en obra negra y se hizo con inversión de los dueños.

Las cuadrillas de albañiles sustituyeron a los voluntarios, arquitectos y militares que días posteriores llegaron a contribuir. El recuento de daños en Tenancingo aún no se puede dimensionar totalmente.


La reconstrucción tarda

Es la mañana en la cabecera de Joquicingo. El mercado local luce puestos abiertos y marchantes que compran y caminan; casi seis meses después del sismo del 19 de septiembre de 2017 retornó a su vida habitual.

La imagen es engañosa, pues detrás de las paredes a medio pintar que se han levantado, la tragedia es la única que habita.

“No a todos nos han ayudado, sólo a los que se les cayó por completo la casa”, alude Isabel Núñez, “¡hubiera preferido que se me cayera la casa!, para que llegara la ayuda”, recrimina la mujer en una respuesta que explica la situación de cientos de familias en Joquicingo.

La mayoría de las calles fueron limpiadas de los escombros, tablas, tejas, adobes y tierra que dejó la demolición de las casas que estaban frágiles.

También los miles de voluntarios que paseaban día y noche por la cabecera ya no existen. El pequeño asentamiento ha vuelto a la normalidad, al menos en su andar de gente.

“Pasaron muchos arquitectos a tomar nota, pero la ayuda nunca llegó, que porque no era prioridad para nosotros, válgame Dios, pues claro que necesitamos porque a todos se nos vino abajo el patrimonio”, vuelve a reprochar Isabel.

La escuela primaria León Guzmán, que fue habilitada como albergue, ahora retornó a clases, también la iglesia, y eso obligó a que los afectados sin ayuda buscarán refugio con familiares, rentaran cuartos o simplemente invadieran terrenos baldíos para improvisar un techo.

“Este señor lo trajo mi papá y ya no se fue, se quedó en ese cuartito a vivir”, señala Guadalupe, vecina de Isabel, al referirse a las personas, quienes tras el temblor no tienen casa.

En la calle de Vicente Guerrero, una de las más afectadas, Dionisio Orihuela palea arena y grava frente a lo que fuera su casa. Así lo hace desde diciembre pasado, cuando le llegó la ayuda del gobierno. Asegura que fue poco, ni la mitad de lo que ha gastado para reconstruir.

“Nos dieron 87 mil pesos, pero para levantar esta casa así como está, en obra negra, me llevé fácil unos 250 mil pesos”, explica Dionisio.

¿Y lo demás, cómo le hizo? Se le pregunta. “Pues tenía unos ahorritos y con eso acompleté”.

La realidad para el resto de los beneficiados es la misma historia. Al menos algunos tuvieron esa suerte.

La iglesia de la Virgen de la Asunción aún se mantiene cerrada, con el sismo perdió una de sus cúpulas y los feligreses han tenido que improvisar para refugiar su fe.

Según el conteo del gobierno estatal, en total fueron 50 casas derribadas por tener fallas profundas, más otras 180 que presentaban fisuras, pero que no hubo necesidad de demolerlas. Entre éstas se encuentra la de Isabel, a quien se le colapsó la cocina y un baño. Pero no fue prioridad para las autoridades.

“Mire, aquí era mi cocina y aquí mi baño, estaba chiquita mi casa, pero era lo que tenía, todavía ni recojo nada, porque hasta eso nos negaron en ayuda”, recrimina la mujer, parada sobre lo que fuera su cocina.

Su casa ahora es un corral grande donde mantiene a sus borregos y conejos, porque es inhabitable para humanos. Lo único que se mantiene en pie son dos cuartos, que sirven de bodega para unos cuantos muebles y herramientas.

En el andar de las calles, las escenas se repiten. Los estragos son la constante.

Parado, inmutable, un hombre se divisa frente a la capilla que fue reabierta. El hombre musita una oración, después se persigna y se va con la tristeza a cuestas y de lado su viejo sombrero. La estampa lo dice todo. En Joquicingo el sismo aún se siente.(L)

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