En una época en la que reparar las cosas antes que reemplazarlas, es un acto de resistencia, Patricia cose y da nueva vida a las prendas de vestir. En este regreso a clases, su visión no es solo evitar que presas en buen estado terminen en la basura sino ayudar también a la economía familiar.
Es por ello que, en su pequeño taller ubicado en la colonia La Mora, hace dobladillos, pone parches, pega botones, cambia cierres y repara tanto como puede, sabe que los gastos son cuantiosos, en especial si se tiene más de un hijo en edad escolar.
Administradora de profesión, costurera por pasión, Patty, como la llaman con cariño sus clientes, decidió dejar su carrera para dedicarse a darle vida a lo que por lo regular termina en la basura y con ello, también dedicarse de lleno a la maternidad.
“A veces los uniformes se heredan, los compramos de segunda mano o no tenemos para comprar uno nuevo y sí le queda aún a nuestros hijos, yo a mi hijo le compré los uniformes en primero de primaria hace dos años y todavía le quedan, les tuve que hacer ajustes, pero es que so más de mil pesos sólo de uniformes, sólo le conseguí camisas de segunda mano”.
Su experiencia personal le hizo entender que no es la única madre que malabarea con los ingresos, por lo que decidió tener composturas exprés sin importar la hora, aunque se el pedido es fuera de su horario laboral, tiene un costo extra.
“No sólo estamos ayudando a la economía sino al planeta porque la ropa es la industria más contaminante y de mayor explotación, el consumo de agua es muchísimo, me he querido informar y ahora las marcas de ropa por aplicación entregan cosas mal hechas, son desechables, aquí apostamos por otra cosa, por lo sustentable, por lo que duradero”.
Según la ONU cada año en sus aguas residuales la industria textil tira al mar medio millón de toneladas de microfibra, el equivalente a derramar tres millones de barriles de petróleo. Además de que para fabricar una camisa de algodón se gastan 4 mil 100 litros de agua, para unos jeans se emplean 7 mil 500 litros, unos calcetines y ropa interior requieren 2 mil 200 litros en promedio.
Desde su taller ubicado en el 256 de la calle Adrián Ortega, Patricia Torres lanzó una invitación a que se regrese a la costumbre de enmendar las cosas antes de desecharlas y buscar nuevas, pues el consumo excesivo le resta valor a las manos que confeccionan las prendas, así como a los recursos que se emplean para este fin.