Toluca, México.- Las carcajadas infantiles apenas sobresalen del tumulto del claxon y los motores de vehículos que pasan por la gran avenida. Ahí, sobre la banqueta de la parada, tres cuerpecillos desnutridos juegan sobre una mesa de madera.
Se entretienen con un peluche lleno de polvo, que arrojan al cielo y vuelven a recoger.
Cuando la felicidad se reduce a un simple juego, se comprende todo. En cruceros de la vialidad Alfredo del Mazo y Paseo Tollocan, docenas de familias trabajan a diario sin seguridad social o vacaciones otorgadas por un patrón. Se labora de domingo a domingo.
A lo lejos se repite una voz aguda, casi en chillido que dice en frases cortas: “¡pambacitos, bolillitos de a diez!”, mientras la joven vendedora se pasea por toda la parada.
“Somos vendedores de pan y de fruta, es la familia completa la que se emplea en esto”, explica Lourdes González, comerciante ambulante que labora en una parada de Alfredo del Mazo.
Cae la tarde y abraza a los cuerpecillos ambulantes, que aguardan inquietos a que sus padres terminen con la venta del día.
La más pequeña de los tres inventa el juego de juntar y tirar piedras de la jardinera para aminorar la jornada diaria.
Así entretiene su hambre junto con sus hermanos.
A lo lejos la madre lanza una reprimenda contra los tres cuerpecillos que se echan el polvo entre las ropas. La más pequeña luce ya unos pantaloncillos color rojo llenos de grasa que se acumula en ese tirar y juntar piedras.
Rostros llenos de mugre que la madre intenta limpiar con un trapo mojado mientras no despacha a los clientes. Por momentos el juego se turbia y uno lanza el peluche sobre la cabeza del otro. Lloran pero vuelven a carcajear.
En la parada los más grandes de la familia no dejan de mover sus pies y su boca para subir a los camiones con las bolsas de pan en mano.
Es una jornada interminable que se repite hasta que cae la noche. Sobre un triciclo cuelgan los tres cuerpecillos, junto a las cajas de pan que no se vendieron.
El grupo ambulante deja la parada de la gran avenida y se pierdo en lo negro de la noche debajo del puente vehicular.
Van a descansar sus pasos y sus frases cortas para retornar mañana nuevamente a la banqueta.
La felicidad así se pasea a diario, a bordo de un triciclo y en los rostros engrasados de esos cuerpecillos.