Rudy Díaz Méndez es la representación de las mujeres trans en Toluca, de las pioneras en la lucha por la sobrevivenca y la dignificación de quienes no encajan con la heteronormatividad. Relajada y sonriente, prende un cigarro con la memoria de que son 19 años de activismo los que ha vivido en la capital mexiquense.
El 15 de agosto de 2005, las páginas de El Sol de Toluca daban cuenta a un hecho histórico que había sucedido el domingo anterior, la primera marcha por los derechos LGBT y un carnaval irrumpían las calles de la capital mexiquense. Una algarabía de color y diversidad sexual estalló.
Era domingo, en la foto principal, Rudy -con el cabello más corto- sale detrás del activista que inició la lucha por los derechos de la comunidad sexual, Israfil Filos Real.
Rudy se reconoce como una persona que busca la felicidad todos los días, pero sabe bien que no siempre se logra.
Su historia comenzó en 1970, en Veracruz. Nació como hombre y eso le costó perder a su núcleo familiar, pues su padre no aceptó que fuera una mujer trans, así que a los 12 años decidió huir de casa.
Lo relata con lágrimas en los ojos, su primer encuentro sexual fue a esa edad y determinó el rumbo de su vida. Se mudó poco después a la Ciudad de México y el destino la empujó unos kilómetros más adelante a Toluca, donde decidió radicar y dedicarse al sexoservicio.
“Antes las enaguas se utilizaban solo de noche, pero yo me las dejaba todo el día, eso molestaba incluso a los grupos gays de la época, pero así empezamos y me fui a vivir a la calle Humbolt. Empezamos cinco ahí, dos estamos vivas, dos ya no y una volvió a ser uno”, relató en su habitación, donde se siente libre y segura, pues ahora tiene un hogar y una familia acogida.
La calle Humbolt es conocida como zona tolerada para el sexoservicio, aunque pocas, aún hay mujeres trans que trabajan por las noches en la zona, debajo de una luminaria que resalte el cuerpo que se han diseñado a gusto.
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La resistencia trans
Rudy es su nombre legal, siempre lo fue. Para ella, el que su madre la nombrara así, también definió su vida y le dio impulso. Desde pequeña no se reconoció como hombre, así que las cuatro letras que están inscritas en su acta de nacimiento, para ella, fueron un permiso divino para vivir libre.
Para ella no fue necesario gozar del derecho de corregir su acta de nacimiento, como se puede hacer en el Estado de México a través de la Ley de Identidad Sexogenérica.
Pero sabe que, aunque en el papel los derechos comienzan a reconocerse, en las calles es distinto. La discriminación, el rechazo, los crímenes de odio contra ella y cualquiera que sea distinta están a la orden del día.
La esperanza de vida de una persona trans es de 40 años, debido a que, o son asesinadas o bien, se suicidan. Por ello, Rudy sonríe y asegura que ella ya venció la estadística, es feliz aunque en su corazón pesa la ausencia de sus compañeras de lucha, las que murieron sin ver sus derechos reconocidos o que fueron asesinadas.
En el Estado de México la tasa de crímenes de odio en contra de la comunidad de la diversidad sexual es de 2.1 al mes. “Cifra que no baja aunque haya leyes”.
Por eso, con sus 54 años, la activista se empeña en visibilizar a la comunidad trans, para que su presencia en la sociedad deje de ser incomoda y sea normalizada. Son personas, asegura, que solo quieren sonreír, que también “como todos, están de paso”.
Aunque este año no participará en la Marcha del Orgullo, debido a que cuida de su madre enferma, sabe que habrá más, que las calles aún deben llenarse de más glitter y celebraciones de una disidencia que crece, que existe porque resiste.