/ martes 12 de noviembre de 2024

Tlaxcales; un alimento con tradición entre los otomíes

En esta época del año, tiempo atrás el olor del maíz y la canela perfumaba los hogares

El maíz molido en el metate, convertido en masa, cocinada sobre el fogón de leña y guardados en el chiquigüite, así se hacían los tlaxcales en las comunidades otomíes, luego de la cosecha, recuerdan las abuelas.

El maíz que no esta ni tierno, ni duro, el que ya no sirve como elotes, son los que están listos para convertirse en tlaxcales; escogerlos es una técnica ancestral que requiere de tiempo y paciencia para ser aprendida, recuerdan las mujeres que salían al campo a realizarlo pero que con el paso de los años las piernas se han vuelto lentas para hacerlo.

Luego de que las mazorcas eran escogidas y llegaban a los hogares hechas en su mayoría de adobe, las manos experimentadas comenzaban a quitarles las hojas que los cubrían y después les retiraban los pelos que les quedaban pegados.

Limpio los elotes, uno a uno comenzaban a ser desgranados, después los granos se molían en el metate junto con un poco de canela, hasta que con paciencia y fuerza en los brazos se convertía en una masa. Estando así se le agreba azúcar y un poco de bicarbonato; con estos ingredientes la base para los tlaxcales estaba lista.

Lo siguiente en el proceso era la cocción. Un tapete de metate se tendía junto al fogón, a lado la mujer con su masa en el metate, recuerdan las abuelas otomíes, quienes relatan, se tomaba una pequeño círculo de masa hasta convertirlo en triángulo que era puesto en el comal sobre el fogón, no sin antes, 'echarle la bendición'.

A fuego bajo, volteándolos de vez en cuando, hasta que los tlaxcales se doraban y cambiaban su color a un cafe tostado, era cuando las ayudantes los sacaban y los ponían en los chiquigüites que estaban cubiertos por una servilleta.

El olor dulce de la canela y el maíz perfumaba la casa, era un aroma que traspasaba las paredes y llegaba hasta las calles, dicen las mujeres que evocan el recuerdo con una sonrisa en los labios.

Guardados en los chiquigüites, los tlaxcales podrían conservarse durante días y aunque duros se hicieran, aseguran no perdían su sabor, además de que un buen café caliente, será su mejor acompañamiento.

Tras pasar las lluvias, cuando se cosechaba, era una tradición entre las familias otomíes hacer los tlaxcales, sin embargo, expresan que a la fecha son pocas las mujeres que lo hacen y son menos las que los preparan de forma artesanal, aunque son pocas, el sabor y el legado de este alimento busca mantenerse por más años.

El maíz molido en el metate, convertido en masa, cocinada sobre el fogón de leña y guardados en el chiquigüite, así se hacían los tlaxcales en las comunidades otomíes, luego de la cosecha, recuerdan las abuelas.

El maíz que no esta ni tierno, ni duro, el que ya no sirve como elotes, son los que están listos para convertirse en tlaxcales; escogerlos es una técnica ancestral que requiere de tiempo y paciencia para ser aprendida, recuerdan las mujeres que salían al campo a realizarlo pero que con el paso de los años las piernas se han vuelto lentas para hacerlo.

Luego de que las mazorcas eran escogidas y llegaban a los hogares hechas en su mayoría de adobe, las manos experimentadas comenzaban a quitarles las hojas que los cubrían y después les retiraban los pelos que les quedaban pegados.

Limpio los elotes, uno a uno comenzaban a ser desgranados, después los granos se molían en el metate junto con un poco de canela, hasta que con paciencia y fuerza en los brazos se convertía en una masa. Estando así se le agreba azúcar y un poco de bicarbonato; con estos ingredientes la base para los tlaxcales estaba lista.

Lo siguiente en el proceso era la cocción. Un tapete de metate se tendía junto al fogón, a lado la mujer con su masa en el metate, recuerdan las abuelas otomíes, quienes relatan, se tomaba una pequeño círculo de masa hasta convertirlo en triángulo que era puesto en el comal sobre el fogón, no sin antes, 'echarle la bendición'.

A fuego bajo, volteándolos de vez en cuando, hasta que los tlaxcales se doraban y cambiaban su color a un cafe tostado, era cuando las ayudantes los sacaban y los ponían en los chiquigüites que estaban cubiertos por una servilleta.

El olor dulce de la canela y el maíz perfumaba la casa, era un aroma que traspasaba las paredes y llegaba hasta las calles, dicen las mujeres que evocan el recuerdo con una sonrisa en los labios.

Guardados en los chiquigüites, los tlaxcales podrían conservarse durante días y aunque duros se hicieran, aseguran no perdían su sabor, además de que un buen café caliente, será su mejor acompañamiento.

Tras pasar las lluvias, cuando se cosechaba, era una tradición entre las familias otomíes hacer los tlaxcales, sin embargo, expresan que a la fecha son pocas las mujeres que lo hacen y son menos las que los preparan de forma artesanal, aunque son pocas, el sabor y el legado de este alimento busca mantenerse por más años.

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