México es un país de gente buena en su mayoría, no nos agreden, nos tienden la mano cuando venimos de buena fe a trabajar, a ganarnos la vida, a salvarnos de la violencia de las Maras y de la delincuencia que no nos deja disfrutar del fruto de nuestro trabajo, pues nos quitan el sueldo y hasta a nuestros hijos para sumarlos a su causa.
En ello coinciden dos mujeres migrantes que llegaron al país procedentes de pueblos distintos, por diferentes medios y por causas diversas, pero con un objetivo común: encontrar una forma de subsistir sin miedo, con paz y tranquilidad.
Jazmín, de 55 años, salió de Honduras hace apenas dos meses debido a amenazas de muerte en contra de ella y su familia, particularmente su primera hermana que es discapacitada y fue víctima de robos, golpes y violaciones sistemáticas.
“El 2 de diciembre fue la última golpeada que le dieron, a mí por defenderla me pasaron una mototaxi por encima, me reventaron todos mis dedos, perdí todas mis uñas, nos amenazaron de muerte, fue una pandilla que se llama Los 18”.
Toda la familia, comenta Jazmín, está desplazada, la mayoría escondidos en un pueblito de Chiapas, otros en Tuxtla Chico, en la frontera, con la idea de que lograran llegar aquí (a Metepec), “nosotros no somos gente de pleito ni de discordia, por eso cuando se armó la Caravana Migrante decidimos venir, pero no todos logramos llegar, por eso prefirieron esconderse".
Fany tiene 28 años de edad, salió hace tres años de su natal Honduras por la falta de trabajo para mantener a su hija -hoy de cinco años de edad-, por la falta de condiciones para vivir, pues además de no contar con su apoyo, era víctima de violencia psicológica por parte del padre de su hija.
“Él no me apoyaba económicamente con la niña y entonces, yo no tenía cómo sustentarla y decidí buscar otra vida diferente para ella y sacarla adelante yo sola porque estaba bajo mi responsabilidad”.
Comenta que la violencia en Honduras es producto de la falta de empleos, pero se da más en las ciudades
“Decidí venir a México, entré como ilegal a bordo de “La Bestia”, experimenté en el tren junto a un primo con el que salí de mi país y logré subir hasta Monterrey”, además, reconoce que gracias a viajar acompañada no sufrió violencia sexual.
Después de un tiempo, buscó regular su situación en México y fue así como llegó al refugio en Metepec, “aquí encontré a don Armando, él me ayudó a tramitar mis papeles, ya voy por el segundo año que los renuevo.
Fany trabajó en Monterrey limpiando y pintando casas, “uno lo que busca es otra manera de vivir, a mi me gusta trabajar y colaborar con la familia que también necesita, se siente bien”, dice.
También encontró el amor, está casada con un mexicano y tiene una niña nacido en México de apenas cinco meses de edad, con lo cual espera poder alcanzar la ciudadanía y ponerse a trabajar formalmente, pero también estudiar enfermería para tener un mejor salario.