Zinacantepec, México.- La audiencia programadapara deliberar la sentencia en contra del presunto homicida deAdriana Esquivel García, se realizó este viernes 29 de septiembreen los juzgados de Almoloya de Juárez, a las 16:00 horas. Doshoras más tarde, a las seis de la tarde, Jesús y su esposa MaríaRosa miraron por última vez al que consideran es responsable dehaber asesinado a su hija aquel 16 de mayo del 2016 en lo alto delcerro del Toloche, en Toluca, donde fue hallada un día después,enterrada en una tumba de piedras, al lado de unanopalera.
José Juan, exnovio de Adriana, fue sentenciadopor un juez de control a 70 años de prisión en el penal estatalde Santiaguito, por el delito de homicidio, después de un año ycuatro meses de audiencias.
“Fue muy complicado, deverdad no le desea uno a nadie que pase por lo que nosotros, fuemuy desgastante lograr que la muerte de mi hija tuviera justicia,porque tuvimos que presentar muchas pruebas, el sistema no es comoantes, ahora, inclusive aunque una persona haga daño a otra, tienemuchos derechos”, relata Jesús Esquivel, padre de Adriana, alreferirse al nuevo Sistema de Justicia en elpaís.
Jesús y su esposa María Rosa, sentados en elcomedor de su casa, ubicada en el ejido de San Lorenzo Cuauhtenco,Zinacantepec, hacen el recuento del proceso que duró un año ycuatro meses, tiempo que han soportado la ausencia de su hijamayor.
“Yo sé que ya no voy arevivir a mi hija, pero por lo menos que quede como un ejemplo”,dice Jesús.
La audiencia para dictar la sentencia debióhacerse el 19 de septiembre, justo el día del sismo que sacudióal país, y que obligó a reprogramarla para el día 29.
María Rosa recuerda que a José Juan, exnoviode Adriana, lo detuvieron el 2 de septiembre del 2016, a los cuatromeses de su homicidio. Desde entonces tuvieron que soportar cadaaudiencia, el mirar al hombre que le quitó la vida a su hijadetrás de la cápsula de cristal de los juzgados.
“Teníamos que mirarlo ytambién a sus familiares en cada audiencia, no le deseamos a nadieel mal, lo único que pedíamos es que todo se acabara para que mihija descansara en paz”, reflexiona MaríaRosa.
-¿Cuántas pruebas reunieron? se le pregunta ala pareja.
-Ya no recordamos, pero fueron bastantespruebas condenatorias, -responde Jesús, quien pone sobre la mesaun dato clave. Las llamadas y mensajes que a diario quedaronregistradas en el celular de su hija, hechas por su expareja. Laúltima llamada registrada era del homicida.
“Yo siento que lo que másnos ayudó, fueron todas las llamadas que hacía él (José Juan),el día en el que ella desapareció, con lassábanas (resumen) detodas las llamadas que llevaron estas personas (fiscales), sejuntaron los dos celulares (el de su hija y de José Juan), fue laúltima llamada de la vez que estuvieron juntos”.
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Las horas del homicidio
El 16 de mayo de 2016, Adriana Esquivel Garcíasalió de su casa alrededor de las seis de la tarde, se despidióde su madre y le dejó dicho que iba por sus documentos personalesa la gasolinera donde había conseguido 15 días atrás un empleo,para acudir a una nueva cita de trabajo. También le dijo quevería a José Juan.
“Ese día me dijo, mami voypor mis papeles y voy a ver a José, yo no pensé que fuera laúltima vez que la vería”, recuerda MaríaRosa.
Al paso de las horas, cayó la noche y Adrianano regresaba. Comenzaron las llamadas a su celular que mandaba abuzón, una de sus hermanas se fue a un hospital y otra al Semefo.No pudieron hacer más y tuvieron que aguardar para acudir adenunciar su desaparición. Al siguiente día, el 17 de mayo,supieron mediante una noticia en la televisión que una joven deunos 20 años había sido localizada muerta en el cerro delToloche. Temieron lo peor.
“Mi hija Selene se fue alSemefo de Toluca para ver si era ella y como a las diez de la nochenos habló para decirnos que era su hermana Adriana, yo no quiseverla porque sentía que me moriría si la veía así de mal, miesposo fue quien se metió (a la cámara mortuoria), a las siete dela mañana del siguiente día nos la entregaron, pero tuvimos queir a Lerma primero para la liberación del acta”, saca de susmemorias María Rosa.
Adriana fue hallada alrededor de las 14:00horas del 17 de mayo por un grupo de niños que subieron a juntarmadera, -según revela María Rosa- su cuerpo presentaba múltiplesfracturas que su acta de defunción resume en “anoxia secundaria,asfixia mecánica en su modalidad de estrangulamiento”. Elveredicto de Jesús y María es más revelador sobre el feminicidiode Adriana: “Su rostro estaba como encogido por tantos golpes,que no se podía reconocer, la cabeza tenía partes abiertas ymucha sangre, las manos y piernas tenían moretones y se veían lasmarcas en el cuello, cuando nos la entregaron le pusieron unpantalón y una gorra para tapar las heridas, lo hicieron porcompasión porque mi hija quedó muy mal”, detalla Jesús en superitaje de padre.
El perfil de la muerte
Adriana conoció a José Juan en 2015 cuandoera guardia de seguridad privada en una empresa ubicada en la zonaindustrial de Lerma, el noviazgo duró poco más de un año. Lajoven madre, en ese entonces con 35 años de edad, veía unasegunda oportunidad en su nueva relación para ser feliz, despuésde nueve años de haberse separado de su esposo, con quien procreótres mujeres y dos varones.
“Mi hija estaba ilusionadacon casarse, ese hombre le decía que la llevaría a vivir a SanPablo Autopan, pero nosotros no confiábamos en eso”, aseguraMaría Rosa.
El factor que alertó la violencia en elnoviazgo lo detectó María Rosa en los celos de José Juan, que sevolvía cada vez más aprehensivo con llamadas a todas horas deldía, solicitar datos a Adriana como con quién estaba ydónde.
“Alguna ocasión estábamosaquí en esta mesa y le llamó para que le describiera con quiénestaba y una vez llegó al taller de mi esposo con un moretón enun brazo y le dijo que se había golpeado en el trabajo”,recuerda María.
José Juan se dedicaba a la albañilería yvivía al pie del cerro del Toloche en la parte baja, donde fuehallada Adriana, y se sabía poco de su familia, pues las dosocasiones en que los visitó en su casa, hablaba poco.
“Yo creo que la tenía tandominada que mi hija no podía hacer nada, porque le decía: si túme dejas, mato a tus hijos y a tus papás, por eso no lodenunciaba”, deduce Jesús.
Alguna ocasión Adriana recibió esas amenazasy sus padres la obligaron a cambiar el número, pero desistió y lovolvió a buscar. Nunca denunció y se volvió en víctima del amorque sentía por José Juan.
La “Huesitos” fue una niñafeliz
Jesús recuerda a su hija como la primera quellegó a alegrar el joven matrimonio, con apenas dos años decasados. La niña siempre sonreía y era alegre.
“Le decíamos la‘Huesitos’ porque estaba muy flaquita, era una niña muy alegrey amorosa”, comparte Jesús y María Rosa, mientras muestran ensu comedor una fotografía desgastada de Adriana cuando erabebé.
El 29 de mayo de 1981, Adriana Esquivel Garcíanació en la clínica 220 del IMSS en Toluca, después de un partolargo, fue la primera de tres hijas del matrimonio. Cuando llegó ala adolescencia era gustosa de la música de salsa, las baladas ylas cumbias, -recuerda su padre- aprendió de él ese gusto, puesen su juventud Jesús era trovador. La joven estudió hasta lasecundaria en el plantel Ricardo Flores Magón de Zinacantepec,para después casarse muy joven y comenzar su matrimonio que durópoco, cuando sus hijas eran aún pequeñas.
Los restos de Adriana, que en mayo pasadocumpliría 36 años de edad, descansan en el panteón de SanFrancisco Tlalcilalcalpan, pueblo vecino de San Lorenzo. La tumbafue instalada al fondo del cementerio, encima de dos cruces, una deconcreto y otra de madera que fue puesta semanas después. En estaúltima fue colocado el epitafio que dice: “Para ti madre, a tique luchaste toda tu vida por nosotros, ojalá Dios te dé unhuequito a su lado, donde puedas tener paz eterna, recuerdo de tuspadres, hermanos e hijos”.
En la casa de los Esquivel García aún estála habitación de Adriana, sus ropas, fotografías, zapatos y losjeans que usaba siempre. A un costado del comedor María Rosainstaló un pequeño altar con la fotografía de su hija,acompañado de una veladora que siempre luce encendida y unaestampilla de San Judas. En la foto la joven se mira como solíaandar siempre, con el cabello peinado, los ojos grandes biendelineados, un labial suave sobre la sonrisa que sobresalía de susaretes.
“Estamos seguros que no vana revocar la sentencia, que la justicia será buena con mi hija”,dice seguro Jesús, quien sabe que aún falta el proceso deapelación del juicio. Lo peor ya ha pasado, la tortura para ellosllegó a su fin.