Vivir en las calles de Toluca, cruda realidad para indigentes

Ante la temporada de lluvias, personas en situación de calle se refugian bajo los puentes de Tollocan.

Por Filiberto Ramos

  · martes 19 de junio de 2018

Foto José Hernández

Toluca, México.- La mañana amaneció con llovizna y Ariadne junto con su esposo Daniel tuvieron que improvisar con un hule otra cobija para palear el frío. Las últimas semanas la vida en los puentes de Tollocan así ha resultado. La temporada de lluvias no ha dado tregua.

“Está mas duro con la lluvia, porque las cobijas se nos mojan y no se puede ir a trabajar”, explica Ariadne. Es la única mujer del grupo de limpiaparabrisas, tragafuegos y recolectores de basura que viven en la calle.

Son los sin techo. Que sobreviven al frío, la lluvia y el hambre que dejan las calles en Toluca.

“Todos nos dedicamos a limpiar carros en los semáforos, otros tiran fuego, así andamos”, relata la joven de 27 años.

En el grupo, además de Ariadne, conviven su esposo Daniel, Jorge, “el Pinki”, “el Flaco”, e incluso un pequeño perro que recogieron hace unos años, y al que nombran “Pocos Pelos”.

“Se llama 'Pocos Pelos', lo recogimos cuando lo atropellaron”, comenta Jorge, o “el Camarón”, como le dicen en el grupo.

La historia de Ariadne, igual que la del resto es desoladora. Hay recuerdos de abandono y pobreza.

“Tengo tres hijos, uno con mi actual esposo, pero ellos están en la casa con mis papás”, revela Ariadne. Revela que salió de su casa a los 12 años orillada por los problemas intrafamiliares, pero no dice más.


Es la única que se muestra lúcida, sin los estragos de los inhalantes, asegura que todo lo hace por sus pequeños, a quienes incluso manda dinero para la escuela y los mira a veces.

“No hay dónde vivir, está duro, al menos ellos no tienen que estar aquí”, lamenta la joven. Luce desarreglada, con las ropas sucias y sus dientes amarillentos por la mala vida de las calles, pero no se fija en su apariencia, le importa más su estómago.

“Ahorita tenemos casi dos semanas sin poder trabajar porque la lluvia no deja, mi esposo se va un rato pero no sale mucho”, cuenta Ariadne.

Cuando les va bien, los automovilistas les dejan comida y fruta, pero es raro, lleva tres semanas en el puente de Tollocan y con la lluvia se las han visto difícil.

Ariadne cuenta que llegó hasta la secundaria, a diferencia del grupo sabe leer y escribir y es quien les enseña.

“En las tardes agarro mi libreta y les enseño aunque sea su nombre”, relata.

Dentro del grupo también está Jorge, o “el Camarón”, llegó de Puebla a los ocho años, desde entonces sobrevive en los semáforos.

“Tengo treinta y tres años, me trajo un camionero a la Central de Abasto y ahí me abandonó, ya después me junté con ellos a limpiar carros y echar fuego”, recuerda el indigente.

Lo duro de la vida, todos lo traen retratados en cicatrices que les marcan el rostro, las manos y la cabeza, incluso Ariadne lleva puntadas que le quedaron de una riña.

“Tengo una aquí en la mano cuando me atropellaron, ésta de la cara me pegaron con una piedra y la sangre es porque me caí”, recuenta Jorge.

De acuerdo con el banco de datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en el periodo 2010-2016 en la entidad pese a que la pobreza extrema disminuyó en ese lapso de años, al pasar de 8.6% en 2010 a 6.1% en 2016, el número de pobres estándar subió, al pasar de 6 millones 712 mil personas a 8 millones 230 mil mexiquenses.

La diferencia entre un periodo y otro es de 5 puntos y en números duros, se indica que aumentaron 1 millón 518 mil pobres en el estado.

En contraste, el Coneval desglosa que la población no pobre y no vulnerable en ese periodo pasó de 19.3% en 2010 a 21.2% en el año 2016, es decir, pasó de 2 millones 808 mil personas a 3 millones 651 mil habitantes en esa condición.

En el grupo de indigentes de los puentes de Tollocan, poco se entiende sobre qué es una familia tradicional y un hogar. En medio del abandono y el mundo de las drogas, eso es sólo un sueño, aclaran.

“Nos dicen échenle ganas, ya sálganse de ahí donde están, pero pues es difícil conseguir dónde vivir”, reitera Ariadne en la charla, le gustaría tener un hogar, pero por lo pronto no se puede.

Pasadas las 9:30 de las mañana el grupo se levanta, obligados por la visita que se les hace, y se apuran en escombrar un poco, lo que no se puede limpiar. Daniel, el esposo de Ariadne junto con Jorge, prenden fuego a su fogón donde cocinan, sacan unas tortillas y las echan a una parrilla vieja.

En su afán de agradecer la visita, insisten en convidar un taco con aguacate y un poco de carne que tienen guardado. En medio de la desgracia, ellos son solidarios.

La mañana fría obliga a que todos, incluso el “pocos pelos”, se sienten entorno al fogón. La escena, que se rodea por cobijas viejas, latas de comida vacía y cajas, resulta hogareña, aunque en la realidad sea lo contrario.