La franja de terracería y el camino despoblado que debía caminar Angélica, no es menos de un kilómetro. Desde su domicilio en San Isidro Las Trojes, hasta el crucero donde hacen base los taxis se debe andar a pie, cuenta Mario, hermano de Angy. Aún así, la brecha, ella la conocía sin que le perturbara lo inseguro que podría ser su recorrido. El miércoles salió a las 7 de la mañana para su trabajo y no se le volvió a ver, hasta la cámara de la morgue, donde sus padres la reconocieron.
Angy es la hija que no regresó a casa, es la joven que ya está enlistada a otros cinco asesinatos de mujeres en el mes de noviembre en municipios del Valle de Toluca.
"No hay otra forma de salir del pueblo, solo caminando y en taxi", dice Mario, el hermano dos años menor que Angy.
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EL RECORRIDO
Eran las 7:00 horas del miércoles 25 de noviembre pasado, Angy ya se había despedido de sus padres para caminar a la base de taxis. Estaba contenta. No había porqué alarmarse por lo temprano del día, porque llevaba ocho meses en la misma rutina.
Lo que alteró a la familia Sánchez Rodríguez fue la llamada que recibieron de la dueña de la casa a la que Angy acudía a realizar limpieza en Toluca. La mujer les marcó pasadas las 9:00 horas para notificarles que Angy no había llegado.
Comenzaron a marcar al celular esperando la contestación, recuerda Mario. Acudieron a la Fiscalía para reportar la desaparición pero les pidieron aguardar el tiempo del protocolo.
"A la una de la mañana del jueves nos hablan diciendo que habían encontrado un cuerpo con las características de mi hermana y sí, era ella", retuerce el estómago de Mario cuando lo dice.
A la joven de 28 años de edad la hallaron en el paraje Los Peñones, en Xonacatlán con al menos tres puñaladas sobre el tórax, y con pocas horas de fallecimiento, según la necropsia revelada a la familia Sánchez.
Sus tías señalan que pudo haber subido a uno de los taxis colectivos y que la Fiscalía debe revisar las cámaras de videovigilancia que hay en la zona, pero por el momento, todo es hipótesis.
EL VELORIO, LAS FLORES Y LA COMIDA
El patio de terracería de la casa pintada de azul en la privada de Emiliano Zapata, comenzó a ser pisoteado desde temprano, por el vaivén de mujeres que preparan arroz y frijoles. También por los grupos de niños que juegan con los tubos de la lona que levantó Mario y sus amigos. En San Isidro Las Trojes, así se recibe a la muerte, aunque llegue de una forma aberrante como la de Angy.
Mario es el que ha recibido toda la mañana a las visitas, que llegan con ramos de flores y veladoras. Desfilan y se van con platos de unicel con comida.
“Aquí se acostumbra así, dar de comer a los que vengan”, explica una de las tías que mueve una pala de madera en una cazuela al fuego. Pareciera que la casa es dos escenas y realidades. Una donde las manos mueven sillas y preparan comida y otra, al fondo, donde todo el ambiente es sombrío y las veladoras iluminan la habitación donde velan a Angélica.
“Allá adentro no se puede pasar, solo aquí por favor”, pide Mario. En un cuarto de fachada azul detrás de un ventanal se mira el ataúd de Angy, también un gran moño y la luz amarilla de las veladoras se cristalizan con el reflejo.
Encima del ataúd pusieron un cuadro con la foto de Angy. El retrato lo tomó por unos minutos Mario para mostrarlo y explicar cómo era su hermana. Angy viste una blusa azul y sonríe, podría decirse que era feliz ese día de la fotografía.
Aún es temprano en el velorio, un par de mujeres jóvenes escribe sobre unas cartulinas el anuncio para la misa de cuerpo presente, que se celebrará en la capilla de San Isidro el sábado a las 10 de la mañana. Mientras el grupo de tías cocina unos chiles jalapeños,que se acompañan con arroz y frijoles. Dicen que es el platillo tradicional para los entierros en San Isidro.
ANGY LA HIJA
En las noches, cuando Angy regresaba del trabajo, prendía la tele para ver su programa favorito, cuenta Mario. “Le gustaba Exatlón, lo veíamos juntos y peleábamos de broma”, dice.
Angélica era hogareña y el salario de la limpieza que hacía en casas, lo entregaba a sus padres para ayudar en los gastos. De hecho, estudió una carrera técnica en Informática en el último año de prepa.
“Cuando estaba en la prepa, los sábados iba a Xona a estudiar su carrera en Informática”, recuerda su hermano.
Hace ocho meses, ante la pandemia del Covid-19 y la desesperación de hallar empleo en alguna oficina o empresa, su madre la recomendó con una de sus clientes de la limpieza, y Angy comenzó a realizar trabajo doméstico en Toluca.
“No se vale lo que le hicieron”, recrimina Mario y los ojos se le cristalizan, ha llorado de a ratos cuando llegan sus parientes. Pero es el más fuerte de la familia por el momento.
LA PROTESTA Y EL LLANTO
En el patio las tías y vecinas de Angy levantaron unas cartulinas con frases en reproche a los feminicidios. Las mujeres han gritado consignas y piden que la Fiscalía investigue.
Piden poder regresar a sus casas a salvo. Porque Angy debía tomar una ruta de incertidumbre a diario a bordo de taxis colectivos y a pie.
Al final, enganchando con la protesta de sus tías, Mario también rompe en llanto y se echa a los brazos de un amigo. Aún falta quizás lo más difícil, tener que despedir a Angy.