/ sábado 27 de octubre de 2018

Familiares de internos también pagan condena afuera del penal de Santiaguito

Acuden a este centro penitenciario con el objetivo de abrazar a sus familiares

Almoloya de Juárez, México.- Mientras las miradas de miles de ciudadanos que transitan por la carretera que pasa por el penal de “Santiaguito” se preguntan pero nunca se contestan ¿y estos que tanto esperan?, pequeños bien abrigados y agarrados de la mano de su madre, se forman desde muy temprano en una larga fila con el único objetivo de abrazar a su padre.

El frío de la madrugada, la dificultad para llegar y después para entrar, los filtros de seguridad, y hasta la carencia para poder llevarle algo de comer a sus internos, es parte de la condena que también pagan los familiares de los internos que purgan una culpa entre los barrotes y enormes muros de un penal.

“A ver escuchen, cada quien con su pase y su menor al lado por favor”, dice con voz altisonante uno de los guardias de seguridad que se encuentra en la primera entrada al penal de Santiaguito, mientras en la fila varias madres cargan las bolsas de alimentos que compartirán con sus esposos.

Ya en la fila, las mujeres toman con una mano las tortillas, guisados y en algunos casos hasta carnitas, pero en la otra llevan a su pequeño hijo, quien hasta en ese momento no sabe que es lo que le depara.

El infante sólo escucha los gritos de comerciantes ambulantes que ofrecen desde churros, pan, atole, café, queso y hasta ropa, mientras avanza poco a poco a la puerta principal. En el trayecto, solo mira las bolsas que pasan de mano en mano.

Después de casi 20 minutos, finalmente llegan a la puerta de entrada. Ahí, levantan la mirada para ver el rostro del guardia de seguridad que con voz de mando pide la documentación. También voltea la mirada y ve el rostro de angustia de su madre, misma que percibe por el sudor que expira y se lo trasmite a través de su mano.

Mientras avanza, escucha como algunos comerciantes le piden permiso al guardia para pasar a dejar un atole y unos tamales a otras personas que ya se encuentran formadas en el siguiente filtro. ¡Avanza registro!, grito otro de los guardias que lucía un puñado de gafetes de entrada.

Ya con la alegría de su madre por brincar el primer filtro, el pequeño se relaja y voltea a ver la parte de afuera. Mira como una mujer con sus tres menores proveniente del Valle de México, se tiene que salir de la fila debido al rechazo del guardia. Ni unas palabras al oído del policía, le permiten entrar. No, salga por favor y deje pasar, refiere un poco molesto el guardia.

Fuera del caminar de la fila, la mujer se planta con sus tres pequeños hijos y deja la bolsa de comida descansar en el asfalto. Ahorita voy a intentarlo de nuevo, sólo que entre más gente, murmuró la menuda mujer, mientras los infantes buscan un lugar para sentarse.

Para aprovechar la espera, el niño no desvía la mirada de la puerta de entrada. Sólo ve como entran y otros se regresan a la calle. “No puede pasar jefecito, vaya por su credencial y cuando regrese ya no se va a formar, aquí viene con nosotros”, decía el guardia mientras le abría una puerta alterna y le quitaba la cadena para pasar a la vialidad.

Unos seminaristas aparecieron y robaron la atención del pequeño. ¿A que vendrán? se preguntaba. Nos puede dejar pasar, venimos de pastoral. Ah sí, ustedes vienen a darle un mensaje de aliento a los internos, pero también los confiesan, contestó uno de los guardias de seguridad.

Media hora tuvo que pasar para la figura del pequeño tomado de la mano de su madre llegará al segundo filtro que tiene que pasar junto a su madre para poder abrazar a su padre y convivir con él aunque sea unas horas.

Esto último no lo vi en el niño, pero seguramente pensó lo siguiente:

¿Que es un delito?, ¿porqué mi papá esta encerrado?, y bueno, ¿porqué yo tengo que cumplir esta condena cada sábado para verlo?




Almoloya de Juárez, México.- Mientras las miradas de miles de ciudadanos que transitan por la carretera que pasa por el penal de “Santiaguito” se preguntan pero nunca se contestan ¿y estos que tanto esperan?, pequeños bien abrigados y agarrados de la mano de su madre, se forman desde muy temprano en una larga fila con el único objetivo de abrazar a su padre.

El frío de la madrugada, la dificultad para llegar y después para entrar, los filtros de seguridad, y hasta la carencia para poder llevarle algo de comer a sus internos, es parte de la condena que también pagan los familiares de los internos que purgan una culpa entre los barrotes y enormes muros de un penal.

“A ver escuchen, cada quien con su pase y su menor al lado por favor”, dice con voz altisonante uno de los guardias de seguridad que se encuentra en la primera entrada al penal de Santiaguito, mientras en la fila varias madres cargan las bolsas de alimentos que compartirán con sus esposos.

Ya en la fila, las mujeres toman con una mano las tortillas, guisados y en algunos casos hasta carnitas, pero en la otra llevan a su pequeño hijo, quien hasta en ese momento no sabe que es lo que le depara.

El infante sólo escucha los gritos de comerciantes ambulantes que ofrecen desde churros, pan, atole, café, queso y hasta ropa, mientras avanza poco a poco a la puerta principal. En el trayecto, solo mira las bolsas que pasan de mano en mano.

Después de casi 20 minutos, finalmente llegan a la puerta de entrada. Ahí, levantan la mirada para ver el rostro del guardia de seguridad que con voz de mando pide la documentación. También voltea la mirada y ve el rostro de angustia de su madre, misma que percibe por el sudor que expira y se lo trasmite a través de su mano.

Mientras avanza, escucha como algunos comerciantes le piden permiso al guardia para pasar a dejar un atole y unos tamales a otras personas que ya se encuentran formadas en el siguiente filtro. ¡Avanza registro!, grito otro de los guardias que lucía un puñado de gafetes de entrada.

Ya con la alegría de su madre por brincar el primer filtro, el pequeño se relaja y voltea a ver la parte de afuera. Mira como una mujer con sus tres menores proveniente del Valle de México, se tiene que salir de la fila debido al rechazo del guardia. Ni unas palabras al oído del policía, le permiten entrar. No, salga por favor y deje pasar, refiere un poco molesto el guardia.

Fuera del caminar de la fila, la mujer se planta con sus tres pequeños hijos y deja la bolsa de comida descansar en el asfalto. Ahorita voy a intentarlo de nuevo, sólo que entre más gente, murmuró la menuda mujer, mientras los infantes buscan un lugar para sentarse.

Para aprovechar la espera, el niño no desvía la mirada de la puerta de entrada. Sólo ve como entran y otros se regresan a la calle. “No puede pasar jefecito, vaya por su credencial y cuando regrese ya no se va a formar, aquí viene con nosotros”, decía el guardia mientras le abría una puerta alterna y le quitaba la cadena para pasar a la vialidad.

Unos seminaristas aparecieron y robaron la atención del pequeño. ¿A que vendrán? se preguntaba. Nos puede dejar pasar, venimos de pastoral. Ah sí, ustedes vienen a darle un mensaje de aliento a los internos, pero también los confiesan, contestó uno de los guardias de seguridad.

Media hora tuvo que pasar para la figura del pequeño tomado de la mano de su madre llegará al segundo filtro que tiene que pasar junto a su madre para poder abrazar a su padre y convivir con él aunque sea unas horas.

Esto último no lo vi en el niño, pero seguramente pensó lo siguiente:

¿Que es un delito?, ¿porqué mi papá esta encerrado?, y bueno, ¿porqué yo tengo que cumplir esta condena cada sábado para verlo?




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