La pesadez del nudo en la garganta generalizado entre los presentes y los ojos inundados de lagrimas a punto del desborde, no permitían entonar siquiera una estrofa completa de “Amor Eterno” que entonaba los integrantes de un mariachi, quienes cantaban al féretro de madera donde yacía el cuerpo de la síndico municipal, Beatriz García.
Ni las tradicionales nieves que dan sabor al primer cuadro del municipio combatían el silencio propio del funeral. Apenas llegabas a la puerta de la presidencia de donde colgaba un enorme moño negro en señal de luto y todo se volvía calma derivado del dolor.
Sólo las flores de las coronas que rodeaban el patio del edificio edilicio, le daban un poco de color al lugar, ante el negro de señal de luto que vestían los presentes. Mientras afuera un jefe policíaco afinaba los detalles de logística para abrir paso a la caravana fúnebre, el presidente municipal daba un emotivo mensaje.
El grito de los ahí presentes en el último pase de lista ordenado por el alcalde, estremeció. Desde ese momento los ojos no soportaron y las lagrimas comenzaron a llover. Sin dar tiempo de recuperar algún suspiro, la melancólica y nostálgica canción de “Amor Eterno” se apoderó del ambiente.
A esta melodía le siguió “A mi manera” y no pudo contener el dolor de una familiar de la funcionaria municipal, que se levantó de su asiento y corrió a abrazar el féretro de madera. Aunque otro familiar la tomó del brazo, el acto provocó un llanto generalizado. El nudo en la garganta se hizo cada vez más insoportable.
Apenas varios funcionarios municipales tomaron el ataúd y los aplausos despedían a la funcionaria que por última vez cruzaba la puerta del inmueble. Tan pronto la carroza se retiró y los habitantes del municipio se postraron a la orilla de la avenida principal para darle el último adiós.
Mientras la caravana caminaba, una señora veía con tristeza el ataud. “Yo la conocía, era una buena persona y nos duele que la hayan asesinado”, decía una mujer envuelta en llanto que se paró en una de las esquinas de la zona centro del municipio.
“No sabemos por qué la mataron, pero antes de tener un cargo en el gobierno municipal era una mujer, una madre que tenía hijos, era hija, era un ser humano”, murmuraba una mujer que platicaba con otras personas que vestían de negro.
Finalmente, Bety volvió a su domicilio. Ahí donde la mañana del miércoles pasado sus hijos le abrieron la puerta y metros más adelante recibió el mortal ataque.
El pueblo de Jilotepec dejó en claro la exigencia de saber quién disparó las balas, pero sobre todo quién ordenó el asesinato que lejos de todo, se convirtió en una muerte más, una ausencia más, un feminicidio más.