Cuatro policías muertos, dos lesionados, tres a salvo y uno más desaparecido, la cifra fría del saldo derivado de una emboscada en la zona sur del estado. Ese es el hecho, esa es la noticia publicada, pero qué hay más allá de eso, falta desmenuzar, desgranar y detallar las condiciones que rodean esta cifra, pues detrás de la tragedia hay cuatro familias y cuatro hogares que también fueron alcanzados por esos proyectiles de acero llamados balas.
Una llamada anónima recibida, donde reportaban un posible enfrentamiento entre miembros de la delincuencia organizada que opera en la zona, alertó a los elementos de la Secretaría de Seguridad del Estado de México (SSEM), en esos momentos a cargo del comandante Pascual Albirde, quien se quedó el domingo a cumplir con la guardia de permanencia.
A la voz del mando los diez policías, que en esos momentos conformaban el estado de fuerza de la región, salieron a bordo de la unidad 23873 con sus armas de cargo. Al llegar al punto marcado, una ráfaga de balas impactó a quien comandaba el grupo de uniformados y al ser el conductor, perdió el control de la unidad y se volcó.
Lo que pasó después se omite. El boletín oficial y las tarjetas informativas describen con claridad el ataque. Por fortuna, tres policías que viajaban en la batea lograron refugiarse en el bosque y regresar con vida. Otro más aún estuvo desaparecido, mientras que un par de policías resultaron heridos.
¿La suerte les jugó chueco?
Uno de los policías caídos fue el comandante Pascual. Las primeras balas encontraron alojo en su cuerpo y murió. Al mando, lamentablemente la suerte le jugó chueco, pues ese domingo tendría que estar con su familia, sin embargo, su relevo no quiso presentarse a trabajar y por lo mismo, él tuvo que tomar la guardia de nuevo.
Su lugar tuvo que haber sido ocupado por un comandante que había sido enviado ese mismo fin de semana de la zona norte de Jocotitlán, pero su negativa a realizar la guardia de permanencia provocó que Pascual no tuviera otra opción que quedarse y atender lo que fue su última llamada de emergencia.
Otra de las víctimas –por cierto el más joven- de nombre Jair, había llegado a la zona sur mediante un oficio de cambio de adscripción procedente de Toluca. Al menos dos elementos más -uno muerto y un lesionado- estaban a punto de finalizar su tiempo de castigo en la zona sur, pues el próximo 10 de noviembre cumplirían su encomienda.
De entre las víctimas, dos de ellas habían sido enviadas por órdenes de la Secretaría de Seguridad del Estado de México a la zona sur, uno más era del Valle de México y el último ya radicaba en el municipio de Tejupilco y era el único que estaba un poco más adaptado al ambiente de esta región de la entidad mexiquense.
La pregunta es ¿por qué sólo 10 elementos acudieron a prestar este auxilio?, cuando al menos tendría que haber estado una fuerza policíaca de 50 elementos. ¿Y los demás?.
Cabe señalar que los atacantes, una vez que mataron a los cuatro elementos, se llevaron las armas de los uniformados, que eran entre 10 y 14, entre largas y cortas.
Todas estas especificaciones e interrogantes, no resuelven mucho, y no van a curar el dolor de las familias ni a borrar todas las lágrimas derramadas por la pérdida de un ser humano que despojado de su uniforme es un padre, un hijo, un abuelo o un amigo, pero más que eso, para su familia era un HÉROE.