Don Paulo tiene 70 y quiere terminar la primaria

Hace seis meses, antes de la pandemia, asistía a una escuela del INEA

Filiberto Ramos | El Sol de Toluca

  · viernes 27 de noviembre de 2020

Fotos: Daniel Camacho | El Sol de Toluca

La escuela de Pedro Paulo Cevero Reyes, de 70 años de edad, es una banqueta del centro de Toluca. Hasta hace seis meses, previo a la pandemia, acudía a un salón de clases en su pueblo. Pero ahora no hay más que un libro arrugado para seguir sus ejercicios.

"Nunca pude ir a la escuela de niño", cuenta don Paulo, como recordando que los años de niño las letras no eran necesarias en los cultivos de maíz y en los pasos de terracería que se cruzaban para cargar los tazajos de leña.

Ahora que la vida le cuesta más y es más cansada, dice que quiere aprender a leer y escribir, al menos para poder saber lo que dicen los letreros de los camiones.

"Ya llevo medio año, con este libro me pongo a repasar de a ratos mientras vendo", explica don Pedro Paulo.

Los repasos los hace en una banqueta de la esquina de Ignacio López Rayón e Independencia en el centro de Toluca, donde se instala frente a una tienda de zapatos a mercadear jergas y frascos de miel.

Don Pedro Paulo Cevero lee su nombre con una dicción tosca, mientras los transeúntes de la calle Rayón lo ignoran.

Pero el campesino echa un suspiro hondo, porque le llevó toda su vida aprender a leer al menos su nombre y los letreros del camión que lo trasladan a su pueblo Santa Ana Jilotzingo.

"Sirve mucho saber leer, pa' no preguntar al chofer a dónde me lleva", dice el comerciante de jergas y miel.

La vida no ha sido sutil con Pedro Paulo, la muerte le arrebató a su padre a los 12 y a su madre en la adolescencia. También le negó la escuela y las letras. Esas las tuvo que conseguir a sus 70 por su propia voluntad y porque el desempleo es más duro sin saber leer y escribir, dice.

"De joven me fui al Distrito a chambear y también a la pisca", cuenta.

Asistía a una escuela del INEA en su pueblo Santa Ana Jilotzingo, municipio de Otzolotepec, pero la cerraron por indicaciones sanitarias. Por ahora sólo se asesora con el libro de texto que le regaló su profesor.

"Ya terminé el libro, hice todas las tareas que vienen", explica el hombre de la tercera edad.

En sus ratos libres de la venta, saca un libro arrugado de texto que carga en un morralito y se pone a repasar. De 10 a las 3 de la tarde en el cruce de Rayón e Independencia, repasa y vende. Así sostiene su vida diaria, mientras la pandemia le permite regresar al salón de clases.

El campesino se casó a los 15, y tuvo seis hijos. Ninguno pasó de la secundaria y repitieron la misma historia de casarse jovencitos.

"Me decía mi hija la mayor, si quieres que estudie, dame dinero, pero yo no tenía", recuerda Paulo. En Santa Ana Jilotzingo desertar de la escuela, es un porvenir que se calcula y se acepta desde niños.

Su objetivo es claro, quiere seguir hasta culminar la primaria y si puede, la secundaria. Aunque la venta de jergas y miel deja, y el hambre le hace desistir por ratos.

"Yo digo que uno debe estudiar, para superarse", dice Paulo. Es una frase que quizás se ha olvidado en este siglo, porque la tasa de desempleo y la falta de valores ataca aunque se tenga una licenciatura.

Mientras pasa de página en su libro de texto, Pedro Paulo silba una canción.

"Es la que dice: 'Yo nací, sin fortuna y sin nada' esa me gusta", ríe el campesino. La letra que silba, lleva un verso que dice, "Yo no fui a la escuela, aprendí de grande, las letras no entran cuando se tiene hambre".

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