/ martes 26 de diciembre de 2017

Padecen productores cañeros veracruzanos, siembran más, pero cosechan menos

Campesinos sacrificaron fincas de mango y maizales porque “no daban”

Don Constantino mira hacia el cañaveral. Los surcos en la tierra quedaron llenos de ramas sueltas y troncos. “Ahorita hay que juntar toda esa basura”, dice mientras se echa un trago de refresco y disfruta de la sombra de un árbol que débilmente mueve sus hojas con el aire espeso y caliente propio del centro del estado.

Los cañeros pasaron por sus dos hectáreas: el humo negro y denso de “la quema” se alzó en columnas haciendo llover una ceniza finita que se pega en la piel. En el campo las hojas sucumbieron al fuego y quedaron a la espera del corte los espigados cañales.

La zafra 2017-2018 ha iniciado y, después de meses de cuidar la parcela de plagas y temporales, don Constantino Romero Hernández mira cómo cerca de 50 cortadores van juntado la cosecha que irá a parar al ingenio El Modelo.

“Fueron cerca de nueve camionadas lo que sacaron, eso vendría siendo unas 170 toneladas más o menos”, dice satisfecho, pese a que la producción hace mucho que dejó de ser buena.

“Mi cañal lleva cerca de siete años —dice señalando con su mano curtida de sol la extensión de tierra— podría producir cerca de 300 toneladas de estas dos hectáreas, pero ¡uuu!, falta mucho, lo que pasa es que hay espacios donde tendría que resembrar nueva cepa, y pues no se tiene dinero para eso, así que se pierde mucho, casi la mitad, yo entrego de 165 a 170 toneladas…”, señala.

En Veracruz en un periodo de 10 años, 2006 a 2016, la superficie de caña cosechada pasó de 275.84 mil hectáreas a 323.65 mil; no obstante pese a que hay más sembradíos, la producción por hectárea bajó, pues en el mismo periodo pasó de 69.22 a 64.46 toneladas por hectárea.

La zafra pasada 2016-2017 registró una superficie de caña cosechada de 318 mil 510 hectáreas, y la producción se situó en 66.5 toneladas de caña molida por hectárea. (Datos del Informe Estadístico del Sector Agroindustrial de la Caña de Azúcar en México de la Conadesuca/Sagarpa).

Esta zafra los productores recibirán como pago 780 pesos por tonelada, en la 2016-2017 consiguieron 782.46 pesos: “Ya van dos años que nos va bien, pero tuvimos dos o tres años que ¡oiga qué zafras más malas!, ¡malísimas!, la caña estaba a buen precio y de buenas a primeras bajó 300 pesos; ¡nos estaban pagando a 300 pesos la tonelada!, ¡no, hombre, no convenía!, pero pues no había de otra más que seguirle”, indicó.

De acuerdo con la Conadesuca, el desplome se habría dado en la zafra 2012-2013, al pagarse la tonelada de caña en 441.5 pesos, cuando en la anterior se dieron 666.6 pesos y una antes 719.44 pesos.

 

CORTADORES, CARRERA CONTRA EL DÍA

El terreno de don Constantito se ubica en el ejido La Conquista, en Tolome, comunidad perteneciente a Paso de Ovejas; cerca de las nueve de la mañana llegaron los cortadores, y después de la quema, los hombres, machete en mano, se adentraron en la espesura que aún emanaba un vaho caliente. Con un brazo como tenaza formaban un grueso rollo de caña y con la otra daban un machetazo certero y limpio que desprendía el producto. Con sorprendentes destreza y velocidad iban desmontando y dejando tras de sí una hilera de montones de caña, después entraría el camión a recoger la cosecha.

Pasa del mediodía y el sol cae directo sobre las cabezas de los trabajadores, se hace una pausa y don Miguel Morales Ruiz, junto a los otros cortadores, deja la tarea y busca alguna sombra lejos del cañal para sentarse y abrir su itacate.

Sus manos han quedado ennegrecidas de la ceniza impregnada en las cañas; bajo de esa capa se perciben los callos y alguna cicatriz de una herida pasada, suspira y extiende las piernas, cansadas de la jornada que aún continuará.

“Yo vengo de Huatusco, fueron a ver quién quería venir al corte y me vine; allá también corto, pero café y limón, pero ahorita está bajo y el patrón me dio permiso de venir a ganarme aquí algo”, indicó Miguel.

En el periodo pasado se emplearon en todo el estado 32 mil 601 cortadores, quienes tardaron 180 días en llevar a cabo la zafra. Don Miguel dice que es de los rápidos, en una jornada puede juntar hasta 12 rollos, cada rollo equivale a lo que la pala del tractor recogedor levanta de caña. Por cada tanto le pagan entre 16 a 19 pesos, es decir, en todo un día de trabajo ganaría de 192 a 228 pesos.

 

UNA VIDA DEDICADA AL CAMPO

A sus 60 años, don Constantito lleva toda su vida en el campo, “aquí trabajaron mis hermanos, mi padre… pero mis hermanos se fueron a la fábrica y me dejaron solo. Yo estoy en esto desde chiquillo, desde chiquillo trabajo la tierra —dice con una sonrisa mientas sus ojos verdes se iluminan— hemos sembrado la calabacita tierna, el pepino, el tomate, el chile, el papayo, pero sale muy caro; los líquidos, el fertilizante… no sale, así que tuvimos que cambiarlo”.

Señaló que la caña es fácil de cuidar pero que se le invierte mucho dinero y tiempo: “Viene la plaga: el gusano barrenador o la mosca, que te seca la caña cuando ya está grande y te acaba toda la siembra— dice con alarma en la voz—, el animalito tira una ‘agüilla’ que va secando el hijito que va brotando. La mosca deja su huevito en la tierra y nada más está esperando tantito que llueva y, si uno lo deja, ¡no hombre, al rato no tienes caña, no cortas nada!”.

Kilómetros más adelante se encuentra el terreno de don Jorge Romero Morales; él lleva 20 años sembrando la caña, aunque toda la vida ha estado en el campo: “También sembrábamos chile, papayo, maíz y frijol; pero no da para trabajarlo, el maizal menos, es caro el fertilizante y lo pagan a muy bajo precio”, señaló.

Lanza una mirada hacia su hectárea donde trabajan los cortadores del ingenio La Gloria, a quienes les entregará cerca de 80 toneladas, “tal vez salgan las 100”, dice llevándose la mano surcada por los años a la cabeza.

Para don Jorge dedicarse a la caña fue un caso de supervivencia y que le hizo tomar la difícil decisión de tumbar la finca de mangos que antes había en su terreno: “Fue muy difícil porque yo traje esos árboles, los traje ya grandecitos en unas latas cuadradas y los planteé y cuidé, y pues yo mismo los tuve que cortar; cuando fue negocio sí daba, pero después se cayó el precio y salía muy caro cuidarlos y sólo sacaba 2 mil pesos por toda la hectárea, no la pude sostener”, dice con un dejo de tristeza en la voz mientras con la punta de la bota cuarteada juega con la tierra.

Pese a las dificultades dice que jamás ha pensado en dejar el campo: “No, nunca, jamás —espeta con tono ofendido— hay que conservar lo que dejaron los viejos… de esto hemos vivido siempre, no queda más que aguantar”, dice mientras su mirada parece ir más allá del cañal, de las parcelas vecinas, hacia el cielo que se extiende en el horizonte.

Don Constantino mira hacia el cañaveral. Los surcos en la tierra quedaron llenos de ramas sueltas y troncos. “Ahorita hay que juntar toda esa basura”, dice mientras se echa un trago de refresco y disfruta de la sombra de un árbol que débilmente mueve sus hojas con el aire espeso y caliente propio del centro del estado.

Los cañeros pasaron por sus dos hectáreas: el humo negro y denso de “la quema” se alzó en columnas haciendo llover una ceniza finita que se pega en la piel. En el campo las hojas sucumbieron al fuego y quedaron a la espera del corte los espigados cañales.

La zafra 2017-2018 ha iniciado y, después de meses de cuidar la parcela de plagas y temporales, don Constantino Romero Hernández mira cómo cerca de 50 cortadores van juntado la cosecha que irá a parar al ingenio El Modelo.

“Fueron cerca de nueve camionadas lo que sacaron, eso vendría siendo unas 170 toneladas más o menos”, dice satisfecho, pese a que la producción hace mucho que dejó de ser buena.

“Mi cañal lleva cerca de siete años —dice señalando con su mano curtida de sol la extensión de tierra— podría producir cerca de 300 toneladas de estas dos hectáreas, pero ¡uuu!, falta mucho, lo que pasa es que hay espacios donde tendría que resembrar nueva cepa, y pues no se tiene dinero para eso, así que se pierde mucho, casi la mitad, yo entrego de 165 a 170 toneladas…”, señala.

En Veracruz en un periodo de 10 años, 2006 a 2016, la superficie de caña cosechada pasó de 275.84 mil hectáreas a 323.65 mil; no obstante pese a que hay más sembradíos, la producción por hectárea bajó, pues en el mismo periodo pasó de 69.22 a 64.46 toneladas por hectárea.

La zafra pasada 2016-2017 registró una superficie de caña cosechada de 318 mil 510 hectáreas, y la producción se situó en 66.5 toneladas de caña molida por hectárea. (Datos del Informe Estadístico del Sector Agroindustrial de la Caña de Azúcar en México de la Conadesuca/Sagarpa).

Esta zafra los productores recibirán como pago 780 pesos por tonelada, en la 2016-2017 consiguieron 782.46 pesos: “Ya van dos años que nos va bien, pero tuvimos dos o tres años que ¡oiga qué zafras más malas!, ¡malísimas!, la caña estaba a buen precio y de buenas a primeras bajó 300 pesos; ¡nos estaban pagando a 300 pesos la tonelada!, ¡no, hombre, no convenía!, pero pues no había de otra más que seguirle”, indicó.

De acuerdo con la Conadesuca, el desplome se habría dado en la zafra 2012-2013, al pagarse la tonelada de caña en 441.5 pesos, cuando en la anterior se dieron 666.6 pesos y una antes 719.44 pesos.

 

CORTADORES, CARRERA CONTRA EL DÍA

El terreno de don Constantito se ubica en el ejido La Conquista, en Tolome, comunidad perteneciente a Paso de Ovejas; cerca de las nueve de la mañana llegaron los cortadores, y después de la quema, los hombres, machete en mano, se adentraron en la espesura que aún emanaba un vaho caliente. Con un brazo como tenaza formaban un grueso rollo de caña y con la otra daban un machetazo certero y limpio que desprendía el producto. Con sorprendentes destreza y velocidad iban desmontando y dejando tras de sí una hilera de montones de caña, después entraría el camión a recoger la cosecha.

Pasa del mediodía y el sol cae directo sobre las cabezas de los trabajadores, se hace una pausa y don Miguel Morales Ruiz, junto a los otros cortadores, deja la tarea y busca alguna sombra lejos del cañal para sentarse y abrir su itacate.

Sus manos han quedado ennegrecidas de la ceniza impregnada en las cañas; bajo de esa capa se perciben los callos y alguna cicatriz de una herida pasada, suspira y extiende las piernas, cansadas de la jornada que aún continuará.

“Yo vengo de Huatusco, fueron a ver quién quería venir al corte y me vine; allá también corto, pero café y limón, pero ahorita está bajo y el patrón me dio permiso de venir a ganarme aquí algo”, indicó Miguel.

En el periodo pasado se emplearon en todo el estado 32 mil 601 cortadores, quienes tardaron 180 días en llevar a cabo la zafra. Don Miguel dice que es de los rápidos, en una jornada puede juntar hasta 12 rollos, cada rollo equivale a lo que la pala del tractor recogedor levanta de caña. Por cada tanto le pagan entre 16 a 19 pesos, es decir, en todo un día de trabajo ganaría de 192 a 228 pesos.

 

UNA VIDA DEDICADA AL CAMPO

A sus 60 años, don Constantito lleva toda su vida en el campo, “aquí trabajaron mis hermanos, mi padre… pero mis hermanos se fueron a la fábrica y me dejaron solo. Yo estoy en esto desde chiquillo, desde chiquillo trabajo la tierra —dice con una sonrisa mientas sus ojos verdes se iluminan— hemos sembrado la calabacita tierna, el pepino, el tomate, el chile, el papayo, pero sale muy caro; los líquidos, el fertilizante… no sale, así que tuvimos que cambiarlo”.

Señaló que la caña es fácil de cuidar pero que se le invierte mucho dinero y tiempo: “Viene la plaga: el gusano barrenador o la mosca, que te seca la caña cuando ya está grande y te acaba toda la siembra— dice con alarma en la voz—, el animalito tira una ‘agüilla’ que va secando el hijito que va brotando. La mosca deja su huevito en la tierra y nada más está esperando tantito que llueva y, si uno lo deja, ¡no hombre, al rato no tienes caña, no cortas nada!”.

Kilómetros más adelante se encuentra el terreno de don Jorge Romero Morales; él lleva 20 años sembrando la caña, aunque toda la vida ha estado en el campo: “También sembrábamos chile, papayo, maíz y frijol; pero no da para trabajarlo, el maizal menos, es caro el fertilizante y lo pagan a muy bajo precio”, señaló.

Lanza una mirada hacia su hectárea donde trabajan los cortadores del ingenio La Gloria, a quienes les entregará cerca de 80 toneladas, “tal vez salgan las 100”, dice llevándose la mano surcada por los años a la cabeza.

Para don Jorge dedicarse a la caña fue un caso de supervivencia y que le hizo tomar la difícil decisión de tumbar la finca de mangos que antes había en su terreno: “Fue muy difícil porque yo traje esos árboles, los traje ya grandecitos en unas latas cuadradas y los planteé y cuidé, y pues yo mismo los tuve que cortar; cuando fue negocio sí daba, pero después se cayó el precio y salía muy caro cuidarlos y sólo sacaba 2 mil pesos por toda la hectárea, no la pude sostener”, dice con un dejo de tristeza en la voz mientras con la punta de la bota cuarteada juega con la tierra.

Pese a las dificultades dice que jamás ha pensado en dejar el campo: “No, nunca, jamás —espeta con tono ofendido— hay que conservar lo que dejaron los viejos… de esto hemos vivido siempre, no queda más que aguantar”, dice mientras su mirada parece ir más allá del cañal, de las parcelas vecinas, hacia el cielo que se extiende en el horizonte.

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